Si un político relacionado con el PP, aunque sea de lejos, hubiera escrito una nota en cualquier red social diciendo que "odia al negro de la Casa Blanca" y pidiendo a la "P de su mujer" que retire el vídeo de las niñas secuestradas -secuestradas también por fanáticos islamistas centroafricanos; no perdamos de vista este detalle por lo que viene luego-, a estas alturas del verano toda la progresía andante de este país habría abandonado sus cómodas y bien merecidas vacaciones para prenderle fuego a esas mismas redes sociales con peticiones no sólo de dimisión para el insultador, eso como mínimo, sino incluso para que un fiscal -o directamente un juez- lo empapele por racista. Como el autor de estos comentarios no ha sido nadie de la derecha española, ni siquiera del centro derecha, sino la señora Manjón, silencio universal entre la izquierda al uso. Dicho de otra forma, los progres de toda la vida han preferido seguir en la playa -o en el monte, qué más da- y mirar para otro lado.

Lo he escrito más de una vez pero insisto en ello: perder a un hijo es una de las mayores desgracias que puede sufrir una madre. Mucho más perderlo de forma imprevisible y brutal en un atentado terrorista. Por ahí, mis mayores condolencias y todo mi apoyo moral hacia Pilar Manjón, ahora, desde siempre y para siempre. No estoy dispuesto, sin embargo, a transformar esa solidaridad humana en una patente de corso para que esta señora diga lo que le da la gana, cuando lo estima conveniente y de la forma en que mejor le parece. Se supone que el color de la piel del presidente de Estados Unidos no debe ser un desdoro y que su mujer no es una ramera; al menos que se sepa. Ella es la primera dama de su país -cargo que se me antoja un poco cursi, ya que estamos, pero no es ese el tema de este debate- por estar casada con un hombre que ganó unas elecciones democráticas. ¿Qué méritos ha hecho la señora Manjón, en cambio, para que los medios de comunicación le presten los espacios que llevan dedicándole desde hace años? ¿Perder un hijo? Una tragedia, lo reitero, pero no una desgracia exclusivamente suya. Miles de madres han pasado por el mismo trance porque cuando las circunstancias nos privan de un ser querido, lo mismo da que le haya arrebatado la vida una bomba o que lo haya atropellado un camión. Una fatalidad que no le ha dado derecho a ninguna de esas desconsoladas madres -ni ninguna de ellas se ha tomado por su cuenta tan irreflexivo derecho- a llamar asesinos a políticos españoles que, como en el caso del presidente Obama, han sido elegidos democráticamente para el cargo que ocupan.

Por si fuera poco lo del negro y la P de su señora, añade la señora Manjón que "si cualquier día España u otro país europeo sufre un atentado como el 11-M tendremos que retrotraernos a las fechas de hoy para entender qué está pasando". Sin entrar en el fondo de una guerra absurda -¿es que alguna no lo es?- ahí tenemos de nuevo la esencia de lo que sucedió en España con las elecciones de marzo de 2004. Unos comicios celebrados bajo el mandato subconsciente de "no hagas nada de lo que internacionalmente debes hacer para que unos fanáticos no te maten de una tacada a casi doscientas personas". Lo malo, por mucho que le pese a la señora Manjón y a la progresía cínica que la apoya, es que los fanáticos no dejarán de poner bombas aunque nos portemos bien; basta con que no hagamos lo que ellos pretenden que hagamos.

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