En la época de la oprobiosa dictadura hubo cosas malas pero también buenas. Franco, que no era ni mucho menos tonto, decidió y creó un premio nacional de natalidad, y recibía y colmaba de atenciones en El Pardo a los matrimonios de familias numerosas con su prole. En una ocasión recibió a una pareja del sur que tenía 17 hijos, y Franco, del que dicen que era un hombre agudo y socarrón, preguntó al marido su apodo, pues le habían comentado que en La Línea de la Concepción todo el mundo lo tenía, el hombre sin pestañear le contestó: me llaman el preñon de Gibraltar. Se convirtió en uno de tantos chistes aplicados al generalísimo.

Durante la dictadura, Franco también dedicó tiempo y dinero a inaugurar pantanos, carreteras y grandes obras, como ha quedado grabado en el Nodo, por lo que sus contrarios jamás podrán negar que sí tuvo aciertos. Pero la cosa no está para bromas y la situación parece insostenible con nuestra patria a la cola de nacimientos y haciendo peligrar el futuro. Las mujeres actuales han decidido no traer muchachos o si acaso uno y casi cumpliendo los 40 años, pero no seré yo quien hable de las causas, pues ya he cumplido mi parte, sino de las consecuencias de esa decisión que tiene muchas connotaciones para la estabilidad del país.

Nuestros vecinos portugueses han cogido el toro por los cuernos y han determinado ayudar a las familias con toda una serie de incentivos, ayuda por maternidad, pañales, leche gratuita y leyes aplicadas a descontar a las familias muchas de sus obligaciones. No me extiendo más en este apartado pues creo firmemente que todo lo que se destine será bueno. Y mientras, en el otro lado del territorio sufrimos las contradicciones de nuestros gobernantes que son muchas y algunas antagónicas. El ejemplo está en la nueva ley del aborto, de la que todavía no se conoce el texto definitivo, y que sin aprobar ya hay cuatro comunidades autónomas que piensan presentar recursos, entre ellas la nuestra. El representante del Gobierno para estas lides, el señor Spinola, lanzó una proclama sobre el derecho a decidir de las mujeres, en un alarde de mentirijillas piadosas para atraer sus votos a las urnas. Lo consideraba un hombre ecuánime, pero parece que debo refrescarle la memoria. En poco más de seis años se han descuartizado y triturado un millón de seres humanos en este país con el beneplácito de la Ley actual. ¡Así de simple! Seres humanos que no han tenido la oportunidad de convertirse en ciudadanos, y lamento ser tan drástico, pero estoy hastiado de tanto eufemismo de no llamar a las cosas por su verdadero nombre, es decir: asesinados por la propia Ley.

El tema es complejo, y pertenezco a una época en que la mujer aspiraba a casarse con un buen hombre y ser fecunda, pues no existía nada más importante en la vida que la maternidad, algo tan importante por lo que debe ser respetada, querida y admirada. Ellas son las únicas progenitoras posibles en esta vida. Mi mujer, con 32 años ya era madre de 6 hijos, y no había pañales desechables, ni potitos, ni ayudas de ningún tipo, una piedra de lavar, y las liñas para tender los pañales de tela. Cuando hablan y se excusan que eso eran otros tiempos, les digo que no ha cambiado nada, que tenemos la suerte de haber avanzado en tecnología y las facilidades en el hogar, y que lo que ha cambiado es la actitud de las personas.

Les recomiendo leer un artículo de Luis del Val titulado "La paternidad egoista", donde hace una glosa de la mujer y da con las claves de cómo será España en el futuro. Explica las razones que impiden el buen desarrollo de la natalidad y pone el dedo en la llaga ante lo que se avecina, que seremos un país de viejos. Después de lo avanzado en Portugal, nuestro Gobierno lanza tímidas propuestas que ya se encargarán los detractores de echar al traste, pues nuestros políticos no se ponen de acuerdo ni para dar la hora. Este país tiene una difícil disyuntiva y un problema de gran calado, que no es otro que es ser español.

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