Reales como la vida misma. Así son los casos que se van conociendo de los hombres -de todos los niveles sociales- que han sido o son maltratados por sus parejas. Un panorama complejo y variopinto, desconocido, pues son pocos los dados a contar sus emociones. Se trata de una violencia silenciosa, invisible y enmascarada, pues para el hombre resulta aún más humillante que para la mujer el reconocer que su pareja le pega, y que le tiene miedo. Son la excepción que confirma la regla, de hecho, conocemos varios casos de lesiones, fracturas, costillas o manos rotas.

Está claro que esta violencia no es comparable a la violencia de género ni en cifras, ni en cuanto al origen y trasfondo social y cultural y, mucho menos, al número de feminicidios registrados, pero ¿es diferente el maltrato en función del sexo de quien lo padece? ¿Reproduce los mismos roles de sumisión, desprecio y dominación? La verdad es que, tanto si se trata de malos tratos físicos o psíquicos, la vergüenza, el miedo al ridículo y a no ser creídos pasa a escena, pues, como hemos dicho, a un hombre le cuesta más admitirlo, la mayoría no es capaz de denunciarlo y tiene que ser su círculo próximo quien dé ese primer paso. A todas luces, la Ley contra la Violencia de Género es discriminatoria, porque reduce el término "violencia" a la que ejercen los hombres y padecen las mujeres, negando así cualquier opción a que la situación sea la opuesta.

La violencia hacia los hombres parece ser un tema tabú, no se toma muy en cuenta. No sé si es que interesa ignorar que muchos de ellos son machacados psicológicamente y, cuando se trata de agresión física, la Policía o la judicatura suelen ser poco delicados o sutiles, pues les llama la atención esa situación de sometimiento y subyugación. No les cabe en la cabeza que los hombres no se pongan en su sitio y la sensibilidad hacia el lado femenino se hace más patente, el que denuncia a una mujer puede acabar de manera preventiva en un calabozo, pues hay muchos letrados y despachos de abogados -con pocos principios desde luego- que ante un proceso de separación matrimonial aconsejan a las mujeres acusar a sus maridos de malos tratos, sin motivo alguno, para conseguir pensiones más altas, la vivienda familiar o beneficios con respecto a los hijos. La violencia de género tiene una pena superior a la violencia doméstica. Cuando denuncia una mujer se la cree sin más, pero cuando es al revés hay que acompañarse de muchas pruebas y el proceso es muy complicado. Además, las amenazas, coacciones o malos tratos psicológicos en caso de que la víctima sea una mujer son delito, pero si el perjudicado es un hombre se trata de una falta, lo que supone solo una multa.

Esto es contrario a todo principio de igualdad y de presunción de inocencia, una situación que conduce inexorablemente a una discriminación cada vez más aguda e insostenible, que no sólo no evita el maltrato sufrido ni por hombres ni por mujeres, sino que además genera una situación propicia para dotar a las mujeres maltratadoras de un arma nueva y muy poderosa contra los hombres: las denuncias falsas. La presunción de inocencia de un hombre acusado de malos tratos está, cuanto menos, en entredicho, y una denuncia provoca la detención del hombre, su puesta a disposición judicial y con frecuencia la prisión preventiva, con la única esperanza posible del sobreseimiento del caso, que llegará sólo en contadas ocasiones. Es más, la presión social a la que están sometidos los jueces es tan grande que, la inocencia absoluta no asegura a los hombres la libre absolución en un proceso legal en que no hay pruebas contra él, como debería obligar la presunción de inocencia que existe desde el Derecho Romano -"in dubio pro reo"- y que aparece en el artículo 24.2 de nuestra vigente Constitución.

Así están las cosas, cualquier mujer puede maltratar al hombre con absoluta impunidad, amparada en el sistema judicial, pues en este país no le sucede nada, mientras que a José, Alberto o Víctor, les han arruinado la vida.