No hace aún mucho tiempo, atendiendo a la amable invitación que me hizo el comandante naval de Tenerife, capitán de Navío Luis M. García Rebollo, efectué un recorrido por las instalaciones del edificio. El cual, gracias a las inquietudes de su responsable, ha experimentado unas notables mejoras en su interior, al rescatarse algunas zonas de alojamiento de la guarnición que habían quedado sin uso específico, y por tanto clausuradas o convertidas en trasteros. Iniciada su construcción en 1942, según proyecto de los arquitectos Marrero Regalado y Machado Méndez, entró en servicio en 1945. El edificio, remozado ahora gracias a la citada iniciativa, consta de tres plantas y una torre de observación en su parte norte, provista de catalejo, desde cuyo punto más elevado y pese al urbanismo circundante, aún se obtiene la enfilación directa con el semáforo de Anaga. Punto de vigilancia que se comunicaba con el edificio mediante un sistema de señales de banderas, advirtiendo de la inmediata llegada de navíos; como antaño lo hicieran los atalayeros emplazados en el mismo lugar por el Cabildo de la Isla desde 1559, sólo que con medios más rudimentarios como las señales de humo diurnas y hogueras nocturnas, que tenían que ser equivalentes al número de navíos avistados.

Así fue como años después, un 22 de julio de 1797 a las cuatro y media de la madrugada, el vigía Domingo Izquierdo transmitía la amenazante presencia de los navíos de Nelson acercándose a Santa Cruz. Comunicación que tardó tres horas en ser recibida por el capitán Juan Creagh, que no dudó en confirmarla e informar a su superior Antonio Gutiérrez, comandante general de Canarias, para disponer de inmediato la defensa, previamente alertada por los sucesos anteriores recientes de robos de embarcaciones surtas en la bahía. De lo sucedido posteriormente no vamos a abundar, por ser sobradamente conocida la victoria sobre Nelson, que perdió momentáneamente sus ínfulas y su brazo derecho, y hubo de rendirse herido y humillado por la bravura de una población y los refuerzos militares y civiles procedentes de las comarcas del norte y el sur de la Isla.

Siendo las mayores ofensivas las perpetradas por los ingleses (Blake, Jennings y Nelson), resulta casi un contrasentido que en el antiguo lugar de asentamiento del atalayero, fuera una compañía inglesa, Hamilton & Co, la que financiara la instalación del primer semáforo de señalización marítima en 1885, que, como hemos dicho, se comunicaba con la población mediante un sistema diurno de banderas y nocturno con luminarias para contactar con los buques y luego transmitir sus características a través de la red de los tres vigías hasta el mástil de recepción situado en el castillo principal de San Cristóbal. No obstante, diez años después, sería el Estado el encargado de velar por esta instalación, que luego derivó en vigilancia represora del contrabando hasta que se cerró definitivamente en 1971 y hoy, por dejación, se encuentra en estado ruinoso pese a la robustez de sus materiales, en interminable espera de que algún organismo insular, regional, nacional o de ayuda europeo emprenda la necesaria restauración y, como mínimo, se incoe expediente de declaración como Bien de Interés Cultural (BIC).

Situado a 220 metros sobre el nivel del mar, por la importancia estratégica que tuvo en el pasado, debería ser considerado como un lugar protegido para todas las generaciones que se aventuren por el pino sendero, pues forma parte de nuestro escaso patrimonio histórico aún en pie, ajeno a la voracidad urbana por su situación algo apartada del núcleo poblacional de Igueste de San Andrés, que miraría con orgullo su silueta destacada en la altitud de la montaña; precursora de la mayor victoria ocurrida en Santa Cruz doscientos diecisiete años atrás. Ojalá se emprendan las medidas oportunas para salvarlo de la pérdida definitiva, y no tengamos que mostrarlo al visitante extranjero como los cimientos del que fuera el castillo principal de la Plaza Fuerte de Santa Cruz de Tenerife.

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