Quizá yo no sea el más indicado para escribir esto por la razón esencial de que he sido uno de los más fervientes críticos con el comportamiento de los tinerfeños, los canarios y hasta los españoles en relación con los ciudadanos de otros países, tanto en el aspecto personal como en el profesional. Sin embargo, a veces -y estamos ante una de esas veces- es de justicia romper una lanza a favor de los españoles, los canarios y los tinerfeños. Pero vayamos al principio.

La Cavalerie es un pueblo de Francia que no conocen ni los propios franceses. Como referencia les diré que queda a unos 18 kilómetros de la ciudad de Millau; un enclave provinciano pero bonito situado en el fondo de un valle tranquilo y verde. Lo único destacable de La Cavalerie es su vinculación con la Orden del Templo. Hay cruces templarias por doquier; inclusive grabadas sobre el asfalto con un material antideslizante e indeleble. Más allá de ese detalle, La Cavalerie sólo es un villorrio de paso en el que algunos turistas se quedan a dormir para seguir camino a la mañana siguiente. Turistas que han de buscar un lugar donde cenar, y ahí empieza la parte curiosa de esta anécdota.

Hay un par de restaurantes en La Cavalerie; entre ellos, una pizzería a primera vista decente. Una vez dentro caigo en la cuenta de que no estoy en un cuchitril sino más bien en todo lo contrario. El primer latigazo le llega a uno cuando ojea -sin hache- los precios de la carta; esa columna de la derecha que todo el mundo mira con discreción, pero mira. Más caros que baratos, pero en fin; subido uno al burro, arre burro.

La segunda sorpresa nos la proporciona el pibe que atiende las mesas; un jovencito con aire de universitario, o de lo que sea. Imposible entenderse con él en español. Dejo que mis acompañantes lo intenten en inglés. Nada fastidia más a un gabacho que oír a un español hablar inglés por eso de haber aprendido la lengua de Shakespeare antes que la de Moliere. El pibe, de inglés, ni yes; y si lo sabe, se lo calla. Llega el dueño en forma de maître calvo. Él sí habla inglés. Sin embargo, no hace falta recurrir al idioma de los anglos porque también chapurrea el español.

A la hora de traer las bebidas, deja dos copas de cerveza sobre la mesa mientras mantiene dos botellas de Coca-Cola en la bandeja. Coge la primera, se la pone entre los muslos a un palmo por debajo de las ingles y la sujeta con fuerza para abrirla. Imagínense la escena. Con la otra botella hace lo mismo. Por si fuera poco, tres cuartos de hora después, al pagarle la cuenta, me quitó el saludo porque no le di propina. Vete por ahí.

No quiero darle alas a nadie, pero lo que vi anteayer en La Cavalerie no lo he presenciado ni siquiera en el más cutre de los guachinches tinerfeños. Empezando porque el belillo vernáculo al menos intenta alguna palabrita en inglés. Bien es verdad que un mago peninsular supera con mucho a uno de los nuestros, y un mago gabacho llega mucho más allá aunque nunca tanto como uno teutón, si bien el mago gringo es el campeón mundial de la especialidad.

rpeyt@yahoo.es