El domingo pasado me encontraba yo en Santa Cruz, donde había llegado con motivo de celebrarse en estos días el ochenta cumpleaños de mi prima Txiki, viuda de mi primo Guillermito, yanqui de residencia, nacida en Tolosa y romana de infancia y primera juventud. Gran acontecimiento familiar de los Cabrera que me permití comentar a ustedes el pasado domingo, día en el que se celebraba en La Laguna la muy famosa romería de San Benito, a la que mis hermanos María José y Rafael llevan años asistiendo vestidos de magos, de una forma con mucho colorido y distinción que nada tiene que ver con el que yo vestía antes del 36 y que era fundamentalmente negro aunque el de las chicas sí que era con colores. Eso de la romería sí que era nuevo para mí, pues me he enterado que se celebra por sesenta y tanta vez, después por tanto del 39 en que me fui a estudiar a la Península, donde me quedé ya para siempre a trabajar y allí creció mi familia, de mujer e hijo canarios los dos.

Y se trata realmente de algo espectacular y único, cien por cien popular, que se celebra el segundo domingo del mes de julio, con mucha gente vestida de mago y las calles llenas de gente en día de gran fiesta. Nos acercamos a la iglesia de la Concepción, y nos quedamos al lado del monumento a Nijota, donde estuvimos hasta casi las 3 de la tarde, y cuando nos fuimos a comer a casa de unos amigos de mis hermanos, como les contaré luego, aún seguían desfilando carretas por la calle de La Carrera abajo hasta la plaza del Adelantado, para después volver a San Benito por la de San Agustín arriba. Ya antes de comenzar el desfile la animación era muy grande allí mismo, en el costado de la iglesia y vestido de mago como un grupo de amigos pude saludar a Elfidio Alonso, a quien recuerdo especialmente verle un Día del Cristo con alguno de Los Sabandeños en casa de mi cuñado Opelio en el Camino Largo, donde acudían a cantar entre amigos y a mandarse unas perras de vino.

En un cierto momento, comienza la romería con el desfile de varios rebaños de cabras, con los correspondientes machos cabríos y esos perros fabulosos que mantienen el rebaño unido, con paradas y nuevos arranques cada poco, según la marcha de la propia romería. Todo el trayecto a recorrer por la repetida romería estaba cubierto de virutas de madera para proteger a las calles de la ciudad de los "excesos de vientre" que pudiesen tener durante un recorrido de horas las cabras y los bueyes, como tuve ocasión de comprobar más de una vez a lo largo de la mañana/tarde. El paso de los rebaños de cabra me llevaron a mi infancia en Santa cruz, cuando en la mañana temprana y por la calle Lucas Fernández Navarro abajo, desde arriba en las montañas hasta la Rambla, bajaba un rebaño de cabras, se paraban en muchas casas y las ordeñaban junto a la acera según necesidades de cada caso y nos dejaban una leche abundante y calentita, igualito que ahora cuando a uno le tupen de no sé cuantas clases de leche distintas, unas tratadas, otras no tratadas y todas envasadas Dios sabe hace cuantos meses.

Pero el gran y único espectáculo son las carretas tiradas por bueyes, unos enormes, inmensos animales que ahora recuerdo haber visto allá por los comienzos de los años treinta cuando veraneábamos hacia el final del Camino San Diego, en una zona donde era frecuente ver a bueyes tirando del arado. En esta ocasión arrastran también carretas, de las que conté una cuarentena, la mayoría con gente dentro, vestida de magos, y contemplaban y agradecían su paso. La mayoría de las carrozas iban acompañadas por grupos de baile, que lo hacían mientras iban avanzando, con su acompañamiento de guitarras, timples, castañuelas y hasta "hueseras", algo que no veía desde que las utilizara mi primo Luisito Mandillo justo al acabar la guerra cuando salía de parranda con sus amigos. Y muchas de aquellas carretas llevaban, al final y como adosada a ella, una humeante cocina donde freían carne u otras viandas que se repartían luego entre el público ante el que se pasase en cada ocasión. Carretas, bailarines, conjuntos musicales, bueyes gigantescos con su guía armado de un simple palo de mando, con su punta afilada, perros que guiaban rebaños de cabras, todo un conjunto alegre, divertido, multicolor y típicamente canario, pues al lado de carretas de San Benito las había también de las otras islas, algo que mantener, aumentar y conservar como legítima muestra de nuestra patria insular.

A eso de las tres horas de estar allí y sin esperar al término del desfile de las carretas que componían la romería, hubimos de dejarla para ir a comer a casa de unos amigos en el Camino San Diego, pero eso será objeto de otra cónica siempre que cuente con la atención de ustedes.