No han tardado demasiado tiempo algunos en calificar a Marcos Brito, alcalde del Puerto de la Cruz, como un político autoritario e incluso dictador por prohibir este año la instalación de barras expendedoras de bebidas alcohólicas así como grifos de cerveza en las calles por las que ayer transcurrió la procesión de la embarcación de la Virgen del Carmen y de San Telmo. Días atrás el Ayuntamiento portuense había pedido a la población que este acontecimiento, auténtico cenit de las fiestas patronales de esa localidad, transcurrieran con toda la normalidad que fuese posible.

Ha obrado de forma sensata Marcos Brito y toda la corporación que preside. Estamos cansados de que fiestas y romerías muy entrañables para cada localidad se hayan malogrado en los últimos años por la intervención de unos cuantos vándalos capaces por sí solos de desvirtuar lo que es patrimonio de todos. En el caso del Puerto de la Cruz, están recientes en la memoria comportamientos incívicos durante la citada procesión marinera que algunos han tratado de justificar con una falsa referencia a la tradición, cuando en realidad nunca fue tradicional, ni en esa localidad ni en ninguna otra de las Islas, que se dedicasen palabras propias del lenguaje soez a la imagen de la Virgen del Carmen. Eso, insistimos, en ningún modo es tradición sino golfería. Además, también este punto lo reiteramos, una indignidad provocada por unos pocos, no sabemos si porque carecen de educación o por un afán de hacerse notar. Las fiestas son para que todos nos divirtamos sanamente en ellas, no para que un puñado de marginales dé rienda suelta a sus más bajos instintos y se comporten de una forma en que no lo haría en otras circunstancias o a título individual.

Lo mismo podemos decir de las romerías. Nos da pena, como canarios que somos, oírles decir a algunos jóvenes que van a disfrazarse para ir a tal o cual romería o al baile de magos que se celebre en una localidad en concreto. Vestirse con el traje típico de cada comarca de Canarias, pues también en ese aspecto es rico nuestro acervo cultural, no equivale a ponerse un disfraz. Eso se deja para los carnavales, que también son fiestas muy apreciadas entre nosotros.

Como ejemplo de fiestas significativas que se están recuperando en Canarias citamos "La Mudá", en el municipio de Fasnia, que recogíamos en nuestra edición de ayer. La trashumancia practicada por muchas familias del entorno rural tinerfeño hasta mediados del siglo pasado quedó cabalmente constatada con esta celebración. No podemos olvidar la repercusión en el turismo de muchísimas de estas fiestas.

Ya que hablamos de turismo, esperamos que José Manuel Bermúdez, alcalde de Santa Cruz, tome medidas para adecentar la ciudad. Bermúdez acaba de ser elegido por aclamación candidato de CC a la alcaldía de cara a las elecciones municipales del próximo año. Lo felicitamos por ello y nos adelantamos a pedirle que, si vuelve a ser alcalde -las encuestas que maneja su propio partido son poco halagüeñas al respecto, pero todo se andará- haga algo para limpiar esta ciudad. Ayer mismo nos comentaba un vecino de Santa Cruz que algunas calles del centro huelen a basura. Muchos se quejan también de la presencia de cucarachas y ratas. Todo ello por no hablar de los grafitis que han convertido las fachadas de las principales calles en paredes propias de un arrabal. Una imagen que no casa con esas aspiraciones a tener un turismo de calidad; en realidad, así ni siquiera se puede contar con atraer a visitantes sin camisa y en cholas.

Ir sin camisa por las vías públicas, fuera de las horas y las zonas de baño, se ha convertido en otra moda insufrible. En algunas localidades peninsulares los correspondientes ayuntamientos han tomado cartas en el asunto. A los infractores se les sanciona severamente.

No se trata de volver a los tiempos de la falda por debajo de la rodilla. Esa época, afortunadamente, queda atrás. Lo que no podemos es confundir la libertad con el libertinaje. No podemos porque vivimos de nuestra imagen. Nos va la economía regional en la preservación de nuestro entorno y en la impresión que se llevan de nosotros quienes nos visitan. Los cinco millones y medio de turistas que vienen cada año a Tenerife son nuestros mejores propagandistas.