1.- El sueño me transportó a Sevilla, donde viví una época muy feliz de mi vida. Pero fue un sueño turbio porque lo que yo quería era escapar de allí. Me vi demasiado viejo para permanecer en el colegio mayor "Fernando el Santo", donde pasé dos cursos inolvidables, y me di cuenta de que todo aquello no era igual, que estaba muy oscuro y que tampoco me visitaron los responsables de aquel colegio, don y don Rafael, que compartían con nosotros los bocatas y las cervezas en el inolvidable "Kiosco Oliva", que hoy todavía existe, cariñosamente llamado por nosotros, a causa de su más que dudosa limpieza, "El coño de la Bernarda". Curiosamente, a pesar de que, como digo, aquella época fue para mí muy feliz, yo lo que quería era un billete de avión para salir de Sevilla cuanto antes. No me pregunten por qué. Había en el sueño una mezcla de situaciones de entonces y de ahora. Yo pagaba al mes (año 1968) 3.800 pesetas por el colegio y mi abuela me mandaba dinero de bolsillo por correo, entre dos tarjetas postales. Jamás dejé de recibir una de aquellas cartas.

2.- He vuelto a Sevilla tres o cuatro veces después de mi época de estudiante y he saludado al hijo de Oliva, el del quiosco; su padre había muerto, lo mismo que don y don Rafael. Y aquí estoy, con mi mala salud del hierro (así se autoanalizaba César González-Ruano), aguantando carretas y carretones. De vez en cuando tengo noticias de aquellos buenos compañeros de colegio, pero no he podido asistir a sus reuniones, que casi siempre fallan en sus convocatorias porque el interés de los encuentros con los años se diluye. Muchos de ellos habrán muerto y otros estarán en sus quehaceres; e infinidad de ellos, jubiletas.

3.- Pero no me gusta que un sueño sevillano sea oscuro y el de la otra noche lo fue. Es curioso, me sentía allí obligado y quería marcharme a toda costa, buscando un taxi que me llevara al aeropuerto; pero ese día no había avión para Tenerife, así que opté por irme a San Pablo y permanecer allí, aunque algo me tiraba desde Sevilla. En algunas ocasiones sueño con mi época hispalense, en donde viví una parte de mi juventud. Sevilla es para mí una ciudad llena de encantos y de recuerdos. He disfrutado de todo su potencial callejero y de las ocurrencias de sus habitantes. Dicen que los sevillanos son los menos graciosos de los andaluces, pero yo no comparto eso. Y además es verdad que tiene Sevilla un color -y un olor- especiales. A lo mejor es el olor a azahar del huerto de los naranjos, anejo a la Giralda, o quizá el que parte de las frondas del Parque de María Luisa. Quién sabe.

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