1.- Un día se levantó de la cama sin una sola idea que desarrollar, sin un pensamiento que transmitir, sin una buena noticia que ofrecer y decidió callar para siempre. Decidió convertirse en paseante y observador, pero sin mover un dedo más sobre el ordenador. Estaba realmente cansado de compartir con los demás sus gracias y sus desgracias y decidió que ya era hora de guardar silencio, aun cuando regresara a su mente la inspiración, algo totalmente improbable dada su edad. Este fue el argumento de un cuento que escribí y publiqué una vez, pero que al parecer nadie leyó porque jamás me llegó crítica alguna, ni comentario favorable o desfavorable de su inicio, ni de su nudo, ni de su desenlace, ni siquiera de la buena o la mala idea de escribirlo. El cuento ha permanecido en el baúl de los recuerdos hasta que el otro día, durante un acto celebrado en mi ciudad natal, se acercó hasta mí una joven muy bien parecida, sacó el recorte con el cuento y me dijo: "Es lo más maravilloso que he leído en mi vida".

2.- Confieso mi estupefacción porque yo mismo me había olvidado de esta historia; ni siquiera recordaba cómo terminaba el cuento, ni cuántas palabras había escrito, ni dónde se publicó. Había perdido totalmente la memoria sobre este relato. Le pedí el recorte para leerlo y el cuento me gustó, he de reconocerlo. Estaba lleno de ternura, así que comprendí el entusiasmo de mi guapa lectora y le agradecí muchísimo que me dejara hacer una fotocopia al papel de periódico, ya amarillo, que tenía en sus manos. Y la invité a un café. Y hablamos largamente del escritor que se levantó una mañana sin tener nada que transmitir a los demás.

3.- Me preguntó lo que siempre se pregunta: que si la historia era cierta o pura ficción y no supe qué decirle, porque tampoco lo recordaba. A mí me ha pasado, pero yo tengo la obligación de no rendirme, como el hombre del cuento. Llega un momento en que la mente se seca, está agotada de parir historias, que son interminables porque miles, millones de ellas nacen todos los días en cada rincón de la Tierra. Porque una de las grandes tragedias del escritor, y mucho más del cronista de todos los días, es la sequía intelectual irreversible. A mí me da que a cada momento la tengo a la vuelta de la esquina, pero el periodismo es como un madero en medio de un naufragio.

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