Entiendo que sus muchos quehaceres les tengan agotados, es probable que su trabajo en los despachos y en el hemiciclo sea mucho más intenso que el de un agricultor cualquiera cavando de sol a sol, o el de un médico que tiene que estudiar continuamente para saber, si llega el caso, cómo salvarle la vida a cualquiera de sus señorías, por ejemplo. Es más, justifico, como humana, que cuando alguno de sus compañeros no tiene -y abundan en nuestro Congreso- el don de la oratoria, entre en acción Morfeo haciendo de las suyas, sobre todo si antes han ingerido una copiosa comida como forma de aplacar la angustia de estar lejos de los suyos, luchando en la capital del reino por los que han dejado detrás, en lo que antes se decía las provincias. Lo entiendo, y es probable que sus dietas sean insuficientes para alimentarse adecuadamente -Madrid es muy caro-, para desplazarse en taxi y para residir cerca de la Castellana, insisto, lo entiendo.

También me solidarizo con la incomodidad de estar viajando todas las semanas, cada uno a su lugar de origen en esta España nuestra tan plural y fragmentada -autonómicamente hablando-. Sé que es una faena no darles cada noche un beso a sus hijos, perderse la orla del mayor o el cumpleaños de su cuñado, pero su preocupación es menor que la del españolito de a pie por el hecho de contar con una retribución dineraria superior a la media de cualquiera, que les permitirá tener un "detalle" generoso a la vuelta, aunque haya cosas que no se compren nunca con dinero. Es parte del precio que tienen que pagar -por ejemplo- por trabajar por España los militares que están misiones de paz, los marineros enrolados en los barcos y los emigrantes que se tienen que ir de un país en el que no abundan oportunidades laborales, pero con una pequeña diferencia, y es que a sus "señorías" se les intenta compensar con la seguridad de estar en sus puestos de trabajo cuatro años consecutivos y además, como entran a formar parte de la familia, como diría Vito Corleone en "El padrino"-, lo normal es que ésta les ampare y les proteja de por vida, colocándoles más tarde en cualquier consejo de administración que se precie de serlo.

Acepto las "cabezadas de sueño" -fotos de todo circulan en abundancia por las redes sociales y son parte de las hemerotecas del país-, el que hagan uso continuo de los móviles, que le realicen las tareas a sus hijos o que ojeen una revista. Acepto, digo, las "argollas" laborales de los diputados, pero me molestan sobremanera las "ausencias", el oír a una voz canaria, la de Ana Oramas, hablando para cuatro señorías en el hemiciclo -bien por no formar parte de una determinada comisión o por coincidir con otras citas laborales, por desinterés o por ser un día de los de ida y vuelta de sus respectivas autonomías-. Creo que el tema a tratar -las prospecciones petrolíferas- era lo bastante serio como para merecer la atención de los que nos representan a todos los españoles en el Congreso -los canarios también lo somos-, da igual el lugar de dónde se provenga, pues mañana podrán ser los de otra región de España los afectados por una circunstancia similar.

No es cuestión de siglas políticas, es ser personas solidarias con la situación de los otros, con esos rostros de los desahuciados que no saben dónde dormirán está noche, con las miradas de los padres sin trabajo que no tiene respuesta a la pregunta de qué hay mañana para comer o de los próximos a jubilarse que viven con la espada de Damocles de las pensiones sobre sus cabezas.

Son tantos los problemas de España, señores diputados, de esta tierra en la que siempre ha habido pobres y ricos, que no puedo por menos que recordarles que no siempre la pelota va a estar en su campo y que el juego electoral ya se está planteando.