"Si Merkel tuviera Canarias y Baleares no habría prospecciones", ha dicho Luis Miguel Domínguez; un respetable señor -lo digo en serio- que se declara naturalista, se anuncia como presidente del colectivo Lobo Marley, aconseja a José Manuel Soria que haga experimentos con gaseosa y considera que el proyecto de prospecciones de Repsol supone una falta de respeto a la belleza del paisaje canario. Esto último lo dice quizá porque aún no ha visitado las medianías de Tenerife y apreciado cuánto han hecho los belillos autóctonos dándole a la hormigonera y a la radial.

No sé si la canciller Merkel autorizaría los sondeos. Habría que preguntárselo. Probablemente se opondría porque, no jugándose nada en el asunto, ¿a cuenta de qué se iba a enfrentar con los Verdes de su país? Ya bastantes problemas tiene uno a diario para buscarse otros adicionales. Albergo pocas dudas, en cambio, de que si Merkel tuviese a Canarias entre los territorios en los que ejerce como canciller -o cancillera, que Bibiana Aído sigue mereciendo un respeto-, no pulularían por estas Islas más de 350.000 parados, ni se contarían por decenas de miles los pacientes anclados en las listas de espera sanitaria, ni habría una emigración masiva de jóvenes. Unos 40.000 canarios han tenido que abandonar el Archipiélago desde que comenzó la crisis, según datos de CC, porque aquí no encuentran trabajo. ¿Qué hacen los nacionalistas para evitar esto?

Si hemos de compararnos con Alemania, o con cualquier otro país de la UE cuyos habitantes están mejor que nosotros por la nada trivial razón de que la economía funciona allí mejor que aquí, comparémonos en todo. Además, ¿por qué está Alemania casi en la cima de la opulencia y nosotros en un valle de precariedad? ¿Porque los teutones son más inteligentes que nosotros? No lo creo. Si alguien lo duda, le sugiero que se ponga en una cola ante una ventanilla pública con un germano por delante. He pasado un par de veces por esa experiencia. Al final, en ambos casos he preferido el "vuelva usted mañana" de Larra antes que seguir esperando a que cualquiera de aquellos dos obtusos entendiese lo que quería decirle el funcionario. Y no estaba la dificultad de comprensión precisamente en el idioma.

No somos más listos ni más inteligentes que ellos, pero tampoco más torpes. Somos más indisciplinados y menos, muchísimo menos, profesionales que ellos. Ahí está la gigantesca diferencia; lo que nos obliga a hacer las maletas y chancletear para Germania si queremos comer caliente. Lo mismo cabe decir, en cuanto a profesionalidad, de los franceses, ingleses, suecos, noruegos o italianos del norte; de cualquier ciudadanía europea al norte de los Pirineos. Con los gobernantes de esos países al frente de esas instituciones no estaríamos así. Algo, naturalmente, un tanto difícil de comprender para muchos porque si lo comprendiesen serían alemanes o cualquier otra cosa, pero no españoles. Todo ello al margen, por supuesto, de la encomiable labor realizada por Domínguez desde hace tiempo para defender la naturaleza en un país tan proclive a maltratarla como este.

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