Una vez asistí a la boda de un colega en un juzgado de Santa Cruz. No figuraba entre los invitados a la ceremonia. Estaba allí porque me tocaba declarar en un pleito que me había puesto un político al que no le gustó una de mis informaciones. Coincidí con los novios, ya convertidos en marido y mujer, cuando salían a la calle bajo la lluvia de arroz que le arrojaban amigos y allegados. En ese momento, para trastornar en más cutre una escena que ya era bastante esperpéntica en sí misma, entraban en el juzgado, debidamente escoltados por dos picoletos, tres chorizos esposados a los que trasladaban para que un magistrado les tomase declaración a cuenta de sus fechorías. Buñuel no hubiese sido capaz de imaginar algo mejor para cualquiera de sus películas.

Ante este panorama no es extraño que muchas parejas prefieran jurarse amor eterno -otra cosa no se ha visto, pero, en fin- en una iglesia y ante un cura, habida cuenta de que en estos casos no cabe la posibilidad de que el oficiante esté preñado ni tampoco es probable que encuentren una reata de lajas engrilletados a la salida del templo. Todo ello con la salvedad sobreentendida de que ninguno de los contrayentes haya pisado una iglesia desde el día en que sus respectivos padres, siguiendo una igualmente cuidada costumbre, dispusieron que recibieran la primera comunión; él vestido de marinerito y ella de blanco como las novias en ciernes.

Situación un tanto anómala, se mire como se mire, que ha provocado un amargo lamento del Papa Francisco sobre el poco fundamento de estos "católicos sociales" pero nada más. "Yo he hablado con el papa acerca de ello y él ha dicho que piensa que el 50 por ciento de los matrimonios no tienen validez", ha manifestado el cardenal alemán Walter Kasper, presidente emérito del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, en una entrevista concedida a una revista católica editada en Gringolandia. "Si la pareja sólo quiere una ceremonia burguesa en una iglesia porque es más linda, más romántica que una ceremonia civil, entonces uno debe preguntarse si hay fe", añadió Kasper.

No sé si es cuestión de fe o de conveniencia, reverendísimo Santo Padre y respetadísimo cardenal, pero es lo que hay. Lo que ha habido desde hace tiempo, pues ya han transcurrido algunos años desde que conocí a un ingeniero muy progre que se casó, fiel a su estilo de vida, por lo civil con una señora de parecida ideología. Años después conoció a la hija de un portentoso empresario cuya familia, cien por cien tradicional, jamás habría admitido otra cosa que un bodorrio como Dios manda, nunca mejor dicho. Así que, sin nada que se lo impidiese, se vistió de pingüino y se desposó ante un altar con todos los derechos del mundo terrenal y celestial. Poca cosa, después de todo, comparado con el caso de otra señora, ampliamente conocida, que hizo lo mismo a mayor escala, aunque de ella no puedo hablar porque entonces, como diría Salvador Sostres, me metería en un buen lío.

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