A causa de la influencia histórica musulmana en España, el nombre de Soraya es bastante común entre nuestras féminas. Se le considera una variante de la forma árabe "Thurayya" -a la que se le atribuye un origen persa-, se refiere a la constelación de las Pléyades y se le asocian los significados de "estrella", "rica" o "princesa". Hasta aquí algunos de los detalles curiosos que se pueden encontrar en torno a este nombre que, casualidades del destino, les fue impuesto a dos de nuestras voces autorizadas en el Congreso de los Diputados. Una es María Soraya Sáenz de Santamaría Antón -perteneciente al Partido Popular-, vicepresidenta, ministra de la Presidencia y portavoz del Gobierno de España presidido por Mariano Rajoy. La otra, Soraya Rodríguez Ramos, diputada y portavoz del Partido Socialista en el Congreso de los Diputados. Ambas abogadas, ambas de Valladolid y ambas protagonistas de encarnecidos debates parlamentarios que se están convirtiendo ya en un clásico, en la batalla dialéctica esperada de estas dos grandes de la política que, ¿por qué no decirlo?, animan las sesiones en las que muchas señorías dormitan de aburrimiento.

Sin entrar a valorar detalles del lenguaje no verbal -en el que es evidente la antipatía que sienten la una por la otra y la postura de ambas tanto de ataque como de defensa-; sin hacer comentarios sobre su uso del arte de la oratoria, su indumentaria, mal cuidado del cabello o manía de señalar con el dedo; sin comparar aptitudes o doctrinas -ya que toda comparación siempre es odiosa-; sin entrar, insisto, en estos detalles que son objeto de cientos de comentarios, sí que quiero reparar en el lenguaje verbal de ambas, en esas ofensivas parlamentarias que van más allá del hemiciclo, en ese tirar las piedras de la acusación, olvidando que en España nadie está libre de pecado -y a las hemerotecas me remito-, en ese contestar a una pregunta con otra, en el "y tú más" para salirse por la tangente, en el lenguaje soez que ha sido portada de rotativos en todo el mundo. Esto, señoras "políticas", es falta de actitud, de educación y de talento político, tanto de la una como de la otra. En este país lo que hace falta es trabajar para salir de la crisis, aquí lo que sobran son "representantes del pueblo", de esos -da igual la sigla bajo la que se amparen- que, con motivos o sin ellos, son continuamente titulares de la información asociándolos a acciones verbales y adjetivaciones varias -emparentadas entre sí o con el mismo significado-, las cuales van desde prevaricación, abuso de poder, corrupción, evasión de capital, mentiras, tramas urbanísticas, sobresueldos, financiaciones ilícitas, cohecho, amiguismo, uso y abuso de las prebendas que les proporcionan los cargos... en resumen, carecer de vocación de servicio y del sentido del honor.

Gran parte de nuestra población está cansada de tanto pan con chorizo, de tanta opereta, sainete, vodevil, fútbol, toros y pandereta. Muy cansada. Los españoles queremos trabajo y un futuro para nuestros hijos, así de sencillo. Cada día aumentan las solicitudes de ayuda social -por no hablar de los que por vergüenza subsisten de la caridad de los amigos-; son más numerosos los carteles de se alquila, se traspasa o se vende y, también cada día, sale un político afirmando que esta cifra disminuye en relación a no sé qué periodo; otros, más optimistas, hablan de recuperación económica, y los "rappel" de la cosa, vaticinan la creación de nuevos puestos de trabajo, sobre todo en fechas próximas a elecciones. No sé sabe nunca cuánto hay de verdad en este guión, pero lo que sí está claro es que nuestras "políticas" se han salido del mismo.