Rebuscando unas prendas en el armario, por eso tan de moda ahora del reciclado de todo, encontré unos recordatorios de hechos familiares. El más antiguo, pese a estar enmarcado, destaca por una caligrafía descolorida por el paso del tiempo y señala la fecha de mi lejana primera comunión, un 22 de mayo de 1952, celebrada en la capilla del colegio de San Ildefonso. Aficionados como somos a guardar objetos o datos de valor sentimental, ocurre que ahora se sigue con la misma tónica en función de los artilugios existentes, como las instantáneas sacadas de las cámaras digitales de vídeo o fotografía, y aunque nadie renuncia a vestir al celebrante con un traje que suele estar por encima de sus posibilidades económicas, las alternativas han variado en cuanto al coste del mismo y la parafernalia del banquete posterior. Dadas las circunstancias actuales, la estadística demuestra la certeza de que Canarias, y concretamente la provincia tinerfeña, está soportando la peor crisis económica después de los precarios años posteriores a nuestra guerra civil y mundial. El termómetro económico de la Federación de Usuarios y Consumidores Independientes habla de una media estatal de 2.412 euros de gasto familiar en materia de celebración de comuniones, siendo la de Tenerife, con 1.665 euros, la más baja del país. Aquello de vestir de almirante o de novia prematura a los niños es un hecho que sólo queda ya en el recuerdo. Ahora, en el mejor de los casos, se busca una prenda de segunda mano, u otra que luego les sirva para el uso cotidiano; y en cuanto al banquete, se decantan por un somero brindis casero o una barbacoa a la intemperie en un lugar público. Dicho sea esto último para las familias que aún conservan en su credo personal los ritos del catolicismo practicante, porque los agnósticos ni siquiera se lo plantean. Aunque en general, tampoco podremos olvidarnos del inmediato enfrentamiento con la voracidad fiscal que sobreviene por estas fechas del calendario, con un ministro Montoro de afilados colmillos frotándose las manos, mientras los mentirosos de su partido, empezando por él mismo, no paran de pregonar, de cara a las elecciones europeas, la inminente bajada de impuestos a los contribuyentes, pero después de haberles otorgado el voto de la permanencia, claro está.

¿Quién piensa, pues, en tirar la casa por la ventana, en materia de gastos suntuarios por la comunión de sus hijos? Evidentemente nadie, salvo los ricos de siempre, cada día más por esa política de protección con que les avala cada partido que ostente el poder emanado de las urnas de una mayoría pasiva, fatalmente empobrecida, que se cree a pies juntillas todas las mentiras vomitadas en los mítines previos a las elecciones.

Y para muestras los botones de los antagonistas Arias Cañete y Elena Valenciano, plagadas de mutuas descalificaciones y lo bien que lo va a hacer su partido respectivo en Europa si triunfa la coalición de la derecha; o viceversa, si continúan siendo subordinados de Ángela Merkel y cierran el paso a la izquierda con su alternativa de futuro. Pura y simple faramalla.

Miren, estimados lectores, víctimas todos de las circunstancias de la mala praxis política, el último dato refrendado nos habla que la presión fiscal al ciudadano se cifra en un 12,7 %, mientras que a las empresas sólo se les aplica el 8%, siendo los bancos los más favorecidos con sólo un 5%. Eso sin contar con la Sicav (Sociedad de Inversión de Capital Variable), donde suelen afiliarse los más ricos del país para acogerse a la ventajosa fiscalidad del 1%.

Juzguen ustedes entonces, quién o quiénes, aparte de la banca, ostentan la mayor y la menor presión fiscal. Esto y otras cuestiones tan humillantes como el paro, la sanidad y la educación, sólo se esgrimen para responsabilizar al partido gobernante, olvidando los yerros personales anteriores. Izquierda o derecha, adelante y atrás. Un, dos, tres, corruptos otra vez.

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