Bien pudiera ser el titulo de un libro escrito por Baudrillard, que además es la cantinela de los gobiernos europeos y más concretamente el español del PP. Y esto lo están diciendo insistentemente todas las mañanas y al ponerse el sol: estamos cerca del fin de la crisis, entraremos en una etapa de felicidad radiante. O sea, pura esquizofrenia. El discurso retórico y hueco va por un lado y la evidente y cruda realidad por otro.

Pero por más que se empeñen en este discurso, que ya aburre por inoperante, los acontecimientos, que están por pura dinámica social enredados entre sí, no tienen fin, y los restos de una parte de ese todo que se creía fuerte y fundamental cual es el Estado, o la Unión Europea, está haciendo aguas donde unos pocos -Alemania, Francia...- tienen los remos y el resto nada contracorriente a expensas de ser engullidos por las olas que ellos producen en su desaforo economicista e insolidario.

La historia solo se ha desprendido del tiempo cíclico, por lo que no hay nada definitivo y, por lo tanto, no se ha llegado al fin de nada.

Y por más empeño que tengan unos y otros, los fracasos del día a día seguirán mandando, y debajo de ellos de forma solapada y con singular dinamismo, la historia continuara desarrollándose.

Cuando se nos insiste en que el final de las ideologías se ha producido y que se ha llegado al final de la historias con un único protagonista que es el mercado arropado por un liberalismo depredador, no se hace más que decir o estar instalado en la pamplina. Insistir en que se van a cambiar las cosas, que pondrán de rodillas al mercado, que con las políticas de esa austeridad sangrante se llegará al final de la depauperación social es la gran falacia y mejor mentira del siglo XXI.

Hablar del fin de la situación, aparte de ser una ilusión, condicionará a una frustración que puede derivar por sitios insospechados. Si fueran otros tiempos habría que decir que la revolución está tocando a las puertas, pero en estos momentos históricos donde las redes sociales no solo han atrapado la comunicación, consiguiendo el efecto contrario al buscado, devaluando a la voluntad, lo que ha hecho que cada cual y, de manera aislada, desde el manejo de su artificio, llegue a sentirse más importante que nadie pretendiendo dar lecciones de como arreglar el desaguisado.

Pero lo que si está claro, o al menos se intuye, es que quien se está frotando las manos son los que desde el pódium del poder se parten de risa al comprobar como somos juguetes y marionetas manejados según les convenga.