La tan antigua como contundente frase bíblica de "lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre", parece perder sentido en España a la vista de los hechos, ya que en el año 2013 hubo en nuestro país 131.837 rupturas matrimoniales, unas 361 al día. Así, por cada cuatro nuevos matrimonios se rompen tres. Según estos datos, España es, junto a Bélgica, el país de la UE con mayor tasa de rupturas/nupcialidad. Canarias lidera la tasa de rupturas de toda España, ya que se produjeron 2,9 casos por cada 1.000 habitantes.

Se trata de unas cifras llamativas que confirman un cambio de mentalidad y que se explica, en gran medida, tras la implantación de un marco regulatorio que tuvo lugar tras la entrada en vigor de la Ley 15/2005, que permite el divorcio sin necesidad de separación previa (divorcio exprés). Ley que agiliza los trámites para la disolución civil del matrimonio.

A pesar de que el número de rupturas matrimoniales en los últimos años se ha incrementado, en la actualidad no ocurre así ya que, según datos del Consejo General del Poder Judicial, en los últimos meses se está produciendo una caída en picado del número de divorcios. La conclusión es que cada vez menos parejas optan por la vía del divorcio, con una brusca caída de las demandas de este tipo. Y esto se debe al impacto y a repercusión directa que una ruptura matrimonial tiene en el presupuesto familiar, capaz de desestabilizar la economía de los dos miembros de la pareja.

Las cifras de rupturas matrimoniales también evidencian no solo la inconveniencia de una reforma legal, como la de 2005, que no ha servido más que para facilitar el fin de la convivencia o de una relación conyugal, sino que pone de manifiesto la falta de madurez de muchas parejas que acuden al matrimonio sin la debida consciencia de la responsabilidad que adquieren con este compromiso. Piensan que una unión matrimonial es algo similar a una relación amistosa que mientras dure es estupendo, pero en cuanto surgen los contratiempos, las desavenencias, los problemas, etc., hay que romperlo y cada uno por su lado.

Efectivamente. Las causas del divorcio no han cambiado, si bien antes se producían las rupturas por el desgaste de la convivencia, por crisis de identidad, por infidelidad, por la intromisión de las familias, etc., hoy se deben, principalmente, a la inmadurez en matrimonios de jóvenes y a la crisis de identidad en parejas con muchos años de vida en común. El resto de las causas pasan a un segundo plano. Si ya es lamentable que unos jóvenes se casen y su matrimonio dure apenas unos meses, todavía lo es más que se rompan matrimonios con más de veinte o treinta años de convivencia, sin una base firme en la que fundar la ruptura.

En definitiva, el matrimonio es una institución básica en la sociedad y a garantizar, favorecer e impulsarlo debe tender todas las fuerzas políticas, con independencia de su ideología, proponiendo soluciones y alternativas para reducir la ruptura matrimonial porque la estabilidad conyugal trae consigo un mejor desarrollo personal e integral. En cambio, la ruptura provoca dramas, fracasos personales y familiares produciendo efectos negativos, tanto en los cónyuges como en los hijos.

Hace tiempo leí en una revista una entrevista que una periodista hizo a una pareja de ancianos con motivo de celebrar sus bodas de oro en el matrimonio. Al preguntarles por el secreto de su unión tras cincuenta años de convivencia, ambos, cogidos de la mano, respondieron que a ellos les enseñaron sus padres que lo que se estropea no se tira, ni se rompe, sino que se arregla para que siga durando. Sin duda, ese es el secreto.