El Ayuntamiento de San Juan de la Rambla ha suscrito un convenio con la Federación Española de Municipios y Provincias para que su Policía Local pueda intercambiar la documentación necesaria con vistas a renovar el carné de conducir sin necesidad de que los vecinos se trasladen a la Dirección Provincial de Tráfico. Hasta aquí una buena noticia. El "pero" viene a continuación ya que, para formalizar dicho acuerdo, el alcalde Tomás Mesa se ha reunido -foto de prensa incluida- con el director provincial de Tráfico. Nada del otro mundo salvo por un detalle que no ha prescrito: el alcalde Mesa provocó un accidente de tráfico, en el que afortunadamente sólo hubo heridos leves, mientras conducía con una tasa de alcohol que superaba en seis veces el límite permitido. Motivo por el cual fue sometido a juicio y condenado.

Estas cosas tenían que ocurrir. No un accidente con alguien manifiestamente beodo al volante. Eso se puede evitar. Basta con no mezclar alcohol y conducción. Lo que antes o después termina por producirse es que una autoridad municipal deba vincularse a algo relacionado con la circulación, ya sea para facilitar la tramitación de documentos o para que su localidad participe en una campaña de seguridad vial. Por ejemplo. Es entonces cuando se produce la penosa imagen de un director de Tráfico junto a un político, cuando menos, poco ejemplar. Nada puede hacer al respecto para evitar la reunión, ni siquiera para no salir en la foto, el máximo responsable del asunto en la provincia. Ramón Guerra González, el director provincial, está obligado a recibir a cualquier alcalde que lo visite por un asunto de su competencia. La única manera de impedir el esperpento era la dimisión, en su momento, del mencionado mandatario. No lo hizo porque no le dio la gana. Acaso no le apetecía dejar el cargo y emolumentos, como tampoco debió seducirles la idea a los concejales que siguieron, con sueldo a cargo de los ciudadanos, vinculados a Tomás Mesa en sus tareas de gobierno municipal.

¿Realmente queremos que cambie este país? Cada día estoy más convencido de que no. Nos quejamos a diario, protestamos -pero sólo en la barra del bareto de la esquina- por cualquier cosa, nos indignamos por esto y por aquello pero no hacemos nada para que cambie algo. Empezando por hacerle el vacío absoluto a un alcalde que en vez de limitarse a abollar un par de coches podía haberse llevado por delante a una madre que cruzaba por un paso de peatones con su hijo de la mano. O a un ciclista; a cualquiera. No vamos a cambiar ni a dejar de reírles las gracias a nadie porque aquí, salvo unos pocos desheredados a los que podemos soportar, cada cual tiene su charquito en el que pesca lo que puede para salir adelante. Basta con que no venga el vecino a enturbiarle el agua. Todo lo demás es asumible.

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