José Cruz Meneses fue un comerciante de alimentación y bebidas radicado en el suroeste de nuestra isla, concretamente en Guía de Isora. Me enteré de que falleció no hace mucho, y lo lamento enormemente, pues tuve una excelente amistad que duró muchos años. Cheo, como era conocido, fue un trabajador incansable y una de las personas más laboriosas que he conocido; como se dice coloquialmente, un auténtico burrito de carga. Su afán profesional desembocaba en que era capaz de descargar él solito un camión con guano, trigo y millo en sacos de 50 kilos, uno a uno a hombro y sin más apoyo que su espalda.

Su negocio estaba ubicado en un paseo muy estrecho, pero poco a poco fue mejorando y en la calle Primo de Rivera, hoy Villanueva, puso un supermercado donde preparaba las compras de los clientes y después de cerrar repartía casa por casa por todos los barrios, caseríos y viviendas de la zona, algunas bastante lejos que ni siquiera estaban en la carretera general. Honrado, serio y cumplidor, fue un gran cliente pero sobre todo un amigo. A veces tenía que esperar horas para que me atendiera, pues lo que quería era charlar conmigo de las cosas que sucedían en la capital, del mercado, de los nuevos productos y todas las novedades del sector. Le ayudaban su mujer y más tarde sus hijos, aunque el varón mayor, en quien había depositado su confianza para heredar el negocio, no llegó al nivel exigido por su padre. Era una persona de gran carácter, jamás le escuché quejarse, pero además tenía mucha simpatía, captando el aprecio de sus clientes, mayoritariamente femeninos. Hacía muy buenos pedidos, y junto a otro cliente de la zona, don Sebastián Cruz González, ya fallecido también, y del que me ocuparé en otro momento, llenaba un camión de mercancía con destino a esa zona de la Isla.

La última vez que estuve con Cheo fue hace unos cuatro años. Aproveché mi visita a esa población a otros menesteres para pasar por su empresa. Se alegró mucho de verme y, mientras preparaba las compras, hablamos largamente. Lo encontré desmejorado físicamente, lo mínimo es estar doblado después de tantos años de trabajo, pero no dejó de sonreír durante la conversación. De carácter estaba igual que siempre, simpático y bonachón; por eso he sentido su fallecimiento, pues era una persona muy vital.

Mis vivencias en este pueblo fueron muchas, algunas cuando todavía era soltero. Recuerdo en concreto un viaje con varios amigos para celebrar que una chica del pueblo había sido elegida Miss Tenerife; y digo viaje porque al baile fuimos en guagua, cuatro horas de trayecto, e hicimos noche en un empaquetado de plátanos con colchón de paja y unas mantas. Eso sí, con el traje de los domingos bien planchadito para poder estar lucidos y presentables, pues venían chicas de toda la Isla y no era cosa de perderse el acontecimiento.

Hubo más anécdotas, pero una singular me ocurrió junto a mi jefe. Fuimos a Arguayo, porque una señora con parientes de Venezuela nos compró un montón de acciones de galerías de agua. Haciendo la transacción en su casa, se levantó a por unas latas de galletas y de allí sacó el dinero, nada menos que dos millones de pesetas en billetes de mil. Con aquel arsenal en la mano, mi jefe llamó al director del Banco Hispano Americano, que creo recordar se llamaba Urano Marrero, y el hombre nos esperó en la sucursal hasta que volvimos pasadas las cuatro de la tarde. Por tamaño ingreso nos invitó a comer en un bar al lado del banco, comida caserita muy buena. Nos comentó que eran habituales esas cantidades, sobre todo de gente que venía de Venezuela, lo que permitía a aquella zona ser considerada como rica y próspera, pues la mayoría tenían fincas de plátano y otros productos agrícolas.

Al recordar ahora a mi tocayo he sentido cierta nostalgia de cómo era nuestra isla, pues si bien se han mejorado las conexiones y las infraestructuras, en la década de los 50 a los 60 estaba mejor cuidada, tenía un aspecto más bello y con los campos mucho más frondosos. En fin, mi abrazo cariñoso para la familia del gran Cheo.

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