Oímos hablar de cierta recuperación económica. Oímos hablar de más consumo, de mayor ocupación hotelera en determinadas fechas. Por ejemplo, durante la Semana Santa que concluye hoy. Oímos hablar de que aumenta la inversión extranjera en España y de que disminuyen los intereses que este país ha de pagar por su deuda. No queremos supeditarnos al pesimismo. Aun sin estar plenamente convencidos de que la situación esté mejorando en firme -los buenos datos macroeconómicos todavía no han llegado al bolsillo de las familias-, preferimos pensar que no vamos a peor. Hemos tocado fondo. La pregunta es cuándo empezaremos a crecer con solidez.

Estamos muy seguros, y así lo hemos expresado en múltiples ocasiones, de que en Canarias nunca lo haremos mientras sigamos colonizados. Nunca superaremos la profunda crisis en la que nos encontramos mientras no seamos dueños de nuestros recursos y de nuestro futuro. Depender de las decisiones que adoptan los políticos de un país que no es el nuestro supone no solo una humillación como pueblo; también implica que estamos al servicio de los demás -en nuestro caso, a disposición de los españoles- sin poder actuar de acuerdo con nuestros intereses. Cuanto hagamos en tales circunstancias no redundará en beneficio propio sino en el de quienes ocuparon estas Islas hace casi seis siglos y a día de hoy siguen en ellas como si de verdad les perteneciesen.

Muchas veces nos hemos referido a causas económicas y geopolíticas para argumentar la necesidad imperiosa de ser independientes. Ser independientes significa ser, insistimos en ello, dueños de nuestro destino. No el destino en lo universal a que se refería el caudillo, sino el porvenir que nos aguarda como pueblo próspero apenas rompamos las cadenas coloniales. Significa tener libertad para disponer de nuestras vidas, para tener nuestra propia identidad de canarios y para sentirnos ciudadanos dignos de un país soberano en vez de súbditos de la única nación africana que sigue colonizada. Porque somos culturalmente europeos, pero geográficamente estamos en África. Esta es la principal razón para que recuperemos nuestra libertad.

Los motivos económicos para no seguir dependiendo de un país decadente como lo es España los citamos a diario. La posibilidad de que Marruecos materialice sus apetencias sobre Canarias también supone un riesgo que no podemos desechar. Marruecos ya era un importante aliado de Estados Unidos en tiempos de Franco. Gracias a las buenas relaciones entre Rabat y Washington pudo Hassan II organizar la famosa Marcha Verde que forzó la salida de España del Sáhara. Su hijo, el actual monarca alauita, Mohamed VI, no ha renunciado a esos proyectos anexionistas. Actualmente el Gobierno marroquí ha aparcado incluso sus reclamaciones sobre Ceuta y Melilla porque, de momento, son más importantes otros intereses que mantienen ambos países. A Marruecos le conviene un tránsito fácil a través del territorio español de sus productos agrícolas para alcanzar con más facilidad los mercados europeos. De manera simultánea, España precisa la colaboración de las autoridades magrebíes para frenar las avalanchas inmigratorias sobre sus dos plazas de soberanía. Apenas decaigan estos beneficios mutuos para ambos países retornaremos a la situación anterior de enfrentamientos verbales. Un escenario de relaciones internacionales en el que Canarias carece de voz y voto. Estamos al albur de los acontecimientos. Peor aún: estamos en la zona económica exclusiva de Marruecos. Carecemos de aguas propias. Lo que le prometió Zapatero a Paulino Rivero acerca de la jurisdicción del Gobierno autonómico sobre las aguas interiores fue un timo político muy burdo. Fue el equivalente moderno de los collares de bolitas de cristal coloreadas y otros abalorios con los que engañaban los españoles a los indígenas del Nuevo Mundo. Ni siquiera los pesqueros canarios pueden faenar en aguas próximas al Archipiélago sin la firma de un tratado de pesca que el Gobierno marroquí no suscribe con España sino con la Unión Europea. El Ejecutivo de Madrid cuenta poco o no cuenta para nada.

Esta situación nos lleva a concluir que si Marruecos decide incluir a Canarias en sus reclamaciones, poco podrá hacer España salvo salir huyendo, como lo hizo de su colonia sahariana en 1975, porque a día de hoy Marruecos sigue siendo un valioso aliado en el Magreb para los Estados Unidos. Además, el Reino alauita contaría con el Derecho internacional ya que este Archipiélago está situado, lo recordamos un día más, a 1.400 kilómetros de las costas de la Península, pero solo a 100 de las marroquíes.

Economía y situación geoestratégica entre tres continentes -situación que podríamos utilizar en provecho propio- son, como decimos, dos razones importantes para poner en marcha cuanto antes nuestro proceso de independencia. Motivos importantísimos pero no únicos porque también está la historia. En Canarias vivía un pueblo libre. Un pueblo sencillo pero con una estructura social desarrollada, al igual que ocurría con su organización familiar. Un pueblo sometido a una invasión cruel que los diezmó, los privó de su tierra y convirtió en esclavos a los supervivientes. Algunos de nuestros antepasados sufrieron la afrenta adicional de ser exhibidos en las cortes europeas como aves exóticas. La conquista de Canarias pudieron llevarla a cabo las tropas regulares de Castilla y los mercenarios de otras regiones peninsulares que las acompañaban porque los guanches carecían de armamento moderno. No necesitaban armas porque eran un pueblo pacífico que vivía en armonía con la naturaleza. Carecían de espadas, corazas, pólvora, caballos y hasta perros de guerra. Pese a estas desfavorables circunstancias, no les resultó fácil a los invasores someterlos. La conquista se prolongó durante casi un siglo. Para que cayese Tenerife fue necesaria la colaboración de aborígenes traidores de Canaria, la tercera isla, encabezados por Fernando Guanarteme.

Es esa infame historia, desde el punto de vista de las consecuencias que supuso para Canarias, la principal razón de que aspiremos a recuperar nuestra perdida libertad por encima de cualquier otra consideración. Primero independientes y constituidos en ciudadanos de una nación soberana con su estado. Luego, todo lo demás porque -lo hemos repetido en numerosas ocasiones- lo demás vendrá por añadidura. En cuanto seamos dueños de nuestros recursos viviremos mucho mejor que ahora. Tendremos las dificultades que afectan a cualquier país del mundo, pero no soportaremos el estigma de un paro que afecta al 34% de la población en edad de trabajar, por no hablar de las colas del hambre y de la emigración.

Está conmovido el mundo estos días por la muerte del escritor colombiano Gabriel García Márquez. Su amplia y profunda obra literaria ha recibido numerosísimos elogios en los cinco continentes. Sobra que añadamos algunos más en este editorial, aunque sin duda se los merece. No obstante, queremos subrayar que García Márquez siempre fue un defensor irreductible de la libertad de los pueblos. La libertad de Sudamérica frente al imperialismo norteamericano. La libertad de un continente que logró librarse del yugo colonial español. ¿Cuándo conseguiremos lo mismo los canarios? ¿Cuándo entenderán los isleños que siguen declarándose españolistas y leales a España que Canarias fue el primer territorio de ultramar sometido por los monarcas españoles, antes de provocar el holocausto americano? ¿Cuándo comprenderán los españolistas que siguen pululando por estas Islas que Canarias es el único de todos aquellos territorios sometidos y masacrados que sigue sin recuperar su libertad?

Es una lástima que no contemos con un partido nacionalista auténtico y fuerte capaz de recordarles a los canarios la ignominiosa condición en la que viven y también recordarles a los gobernantes de Madrid que no pueden seguir explotando a este Archipiélago porque en modo alguno es su finca particular de allende los mares. El colonialismo y sus colaboracionistas políticos en Canarias, como lo son Paulino Rivero y su esposa, están dando los últimos coletazos, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados. Hay que forzar, por medios pacíficos, la recuperación de nuestra libertad.