No sé para cuántos de los que han estado de vacaciones esta Semana Santa tiene algún sentido la resurrección de la carne recogida en la fe cristiana. Supongo que para pocos. Acaso para cada vez menos, si hemos de ser sinceros con nosotros mismos. No obstante, y sin necesidad de entrar en el siempre delicado terreno de las creencias personales, hay asuntos mundanos que resucitan una y otra vez pese a las innumerables ocasiones en las que los hemos considerado finiquitados. Temas recurrentes en los medios de comunicación como lo son la crisis económica, el agobiante desempleo español derivado de esa crisis, la reorganización -o no- de las autonomías, el papel de la Monarquía cuando hace más de tres décadas que concluyó la transición, el secesionismo radical catalán y su posible extensión a otras comunidades autónomas, el futuro de la Unión Europea como nación de naciones, la perpetuación -o declive- del Estado del bienestar -con una incidencia especial en el futuro de las pensiones-, el control de la gran banca para que los ciudadanos no tengan que seguir costeando las pérdidas sin que nadie, empezando por sus propios gobiernos, se acuerde de ellos cuando toca repartir ganancias y una larga ristra de tópicos informativos -o de opinión- que nos encontramos cíclicamente en las portadas de los diarios porque la actualidad, por muy variopinta que nos la imaginemos, tampoco da para mucho más.

Había empezado a escribir este artículo cuando, tras un rápido vistazo a la bandeja del correo-e, encontré un mensaje de un lector que suele hablar de lo que sabe y saber de lo que habla. Un raro espécimen en los tiempos que corren. Un lector, por lo demás, que siempre ha mostrado su apoyo personal a las energías renovables, pero sin subvenciones. Me recuerda esta persona que una turbina de gas como las que actualmente están instaladas en las centrales de Granadilla y el barranco de Tirajana (actualmente queman gasoil porque el gas sigue sin estar implantado en Canarias) produce 80 megavatios. Las turbinas de vapor pueden generar hasta 250 megavatios. Paralelamente, una turbina eólica gigante se queda en 1,5 megavatios. Hagan cuentas y calculen cuántos "molinos de viento" hay que poner en unas islas como estas, con un entorno ya bastante castigado por la especulación urbanística, para abastecernos de la electricidad que necesitamos. Todo ello sin olvidar que un municipio particularmente ventoso, como lo es Arico, se ha negado a la construcción de un nuevo parque eólico. Nada extraño. Por tierras peninsulares he encontrado varias pintadas de ecologistas oponiéndose a la proliferación de aerogeneradores porque, al estar en las cimas de colinas y pequeñas montañas, su impacto visual es enorme. Aunque sin tanto impacto paisajístico, tampoco se quedan muy atrás las llamadas huertas fotovoltaicas.

¿Quiere esto decir un no rotundo a las energías renovables? En absoluto. Hay que potenciarlas porque son, necesariamente, el futuro, pero no pueden sustituir a los combustibles fósiles, como pretenden algunos, de la noche a la mañana. Al petróleo, por ejemplo. Y ya estamos en otro de esos temas que aparecen y desaparecen como el río Guadiana. Un asunto del que seguiremos hablando mañana, que es lunes de pascua, y todos los lunes de las semanas que nos queden por delante.

Hace unos días se preguntaba Juan José Cardona, alcalde de Las Palmas, cómo es posible que se siga diciendo no al petróleo en una región que tiene un 34 por ciento de paro. Más bien a los sondeos para comprobar si hay petróleo aprovechable comercialmente, no me canso de precisar, porque a día de hoy seguimos en la fase de las cábalas como la lechera del cuento. Se alarma Cardona, político del PP, por la postura cerril de un Gobierno de Canarias en manos de nacionalistas y socialistas. Parece no preocuparle, en cambio, que su propio partido se oponga a las prospecciones en Baleares pero esté a favor de hacerlas en Canarias. Si el riesgo supera a los beneficios, los sondeos son malos en ambos archipiélagos. Si, por el contrario, las ventajas para el país aconsejan asumir ciertos peligros medioambientales, las catas hay que hacerlas tanto aquí como allí. Lo contrario supone una incongruencia absoluta.

Incoherencia que tiene su razón de ser si nos quedamos en el plano político: el PP gobierna en Baleares y tiene posibilidades de seguir haciéndolo, pero no preside el Ejecutivo canario ni tiene visos de presidirlo. De hecho, no lo ha logrado ni siquiera ganando las elecciones autonómicas. Si nos quedamos en la política, todo perfecto. Si saltamos al interés de los ciudadanos, que es la base del interés que debería guiarnos como país, no se entiende. O, mejor dicho, se entiende mal. Se entiende muy mal pero se acepta porque hemos optado por una adhesión a los partidos que raya en una actitud paranoica. Puede tener sentido que uno sea del Barcelona, del Madrid o del Betis desde siempre y para siempre. Que lo sea, además, porque sí. Porque nació en Sevilla o porque le gustan los merengues. Para los asuntos cotidianos que de verdad importan, el equipo de balompié por el que se opte es lo menos importante.

No sucede lo mismo con los partidos políticos. Hay dos o tres millones de españoles que tienen libertad de voto. No son esencialmente personas de centro, sino personas con capacidad de raciocinio político para inclinarse por el PP o el PSOE según piensen que les conviene. El resto, o están abonados -sin necesidad de estar afiliados- a una de estas dos formaciones, o revolotean entre siglas con menor representación parlamentaria. Una actitud socialmente -o políticamente- enfermiza del español medio que permite a los partidos actuar con el mayor descaro sin pagar ningún precio en votos por ello. Verbigracia, en lo ya dicho de defender los sondeos para buscar petróleo en Canarias pero oponerse en Baleares.

Inicié estas líneas con el símil de los asuntos que resucitan cuando parecían definitivamente finiquitados porque, después de todo, hoy es Domingo de Resurrección. Sin embargo, la comparación no termina de gustarme por imprecisa. En realidad, no he hablado de temas o asuntos que se acaban, sino de debates que no mueren nunca porque se suceden a sí mismos una y otra vez.

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