Un señor, acompañado por su señora esposa -aunque también podría ser únicamente su novia-, cruza una calle lejos de cualquier paso de peatones. Un coche que circula a velocidad moderada no se detiene para cederles el paso. Legalmente no tiene por qué hacerlo. No es el lugar adecuado para atravesar la calzada y los peatones, expectantemente detenidos, no corren el menor riesgo de ser atropellados. Sin embargo, el señor que va a acompañado por su novia o por su señora esposa esperaba del conductor la deferencia de que detuviese el vehículo para franquearles el paso. "Muchas gracias", le espeta con ironía cuando ve que no lo hace.

Una anécdota que se repite con frecuencia aunque no es tan trivial como parece. Al contrario, pues materializa la muy extendida creencia en este país de que ahora tenemos derecho a todo. Con ese criterio han educado padres y docentes a la actual generación, y a ese criterio se han agarrado un par de generaciones pretéritas que aún viven. Generaciones, por lo demás, que fueron educadas de otra manera y en otras circunstancias. Un escenario que da pie a declaraciones como las realizadas el domingo en este periódico por Alberto Giménez, presidente de la Fundación Economía y Salud: "Hay capacidad de endeudamiento para atender a los dependientes". ¡Ay los dependientes!

Quizá los que todavía no dependemos de otra o de otras personas para todo en nuestra vida algún día, Dios no lo quiera, alcancemos ese indeseable estado de inferioridad absoluta por las razones que sea; por una enfermedad sobrevenida, por un descenso repentino a los abismos de la pobreza o por el acaecimiento de cualquier otra desgracia. Entonces seremos dependientes y necesitaremos que nos ayuden. Mientras tanto, lo menos que se nos exige social y moralmente es mantenernos por nosotros mismos y también, llegado el caso, mantener a quienes están incapacitados. A los de verdad incapacitados, pero no a todo el que lo pida sin razón.

Este es un buen ejemplo de los temas que se han convertido en armas arrojadizas contra los gobiernos, sea cual sea su color político. La dependencia, las becas, la sanidad pública universal son logros deseables pero hay que pagarlos con impuestos pues de momento, salvo que me haya perdido algo, no vivimos en uno de esos emiratos a los que les sobra el dinero, en forma de recursos públicos, porque flotan en petróleo. Y puesto que esa solidaridad debemos costearla entre todos, convendría administrarla con cautela. Al que la necesita, por supuesto que sí; al que no, no.

No, porque no tenemos derecho a todo -ni siquiera a que nos ceda el paso un conductor sin obligación de hacerlo- y porque seguir endeudando las cuentas públicas -solución de Alberto Giménez y otros- no parece sensato en un país cuyos números rojos avanzan a velocidad de vértigo. Lo que deben las administraciones públicas españolas alcanzó otra cifra récord en el mes de febrero: 987.945 millones de euros; el 96,5% del PIB. ¿Quiénes van a empezar a pagar eso? ¿Nuestros hijos, nuestros nietos o nuestros tataranietos?

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