¿Caminan como sonámbulos en sus devaneos reflexivos o tal vez están a la espera de dar la cara cuando las circunstancias se lo exijan? En momentos de crisis, no solo económica y social, sino de valores, los intelectuales han aparecido y han dictado lecciones plagadas de rutas por donde se debe caminar. Y ahora, estando en esas ¿por qué sus silencios, que muchas veces son sinónimo de complicidad con lo instituido y con lo establecido?

El intelectual debe ser critico, debe ser señal y símbolo, referencia concreta, y tener la voz clara y atinada para que indique donde está la trampa y el cartón, donde el discurso falaz y retórico, donde la mezquindad y la traición, el vituperio y en que labios están los que dictan cuentos chinos para poder eludir las ruedas de molino con las que se quieren tronchar las gargantas por lo que, si aparecieran, seguro que se caminaría con más comodidad, porque con su ayuda se encontrarán los traperismos y los cepos que abundan por cualquier esquina.

Los intelectuales deben romper el compromiso tácito que han adquirido con sus silencios de años e iniciar una nueva andadura para poder eludir la mediocridad y la ramplonería latente. Deben adquirir ese compromiso y dar esplendidez a sus visiones del mundo; salir de su espacio emboscado sin ningún tipo de reparos para que su voz impacte en los que estupefactos deambulan inconscientes e imbuidos por las mediocridades poderosas de los que pretenden crear una sociedad de incapaces y atados a la estulticia para que no les molesten.

La situación política está necesitada de los intelectuales dado que hay escenarios donde el conflicto entre partes está tan enrarecido, tan confuso, donde lo que prevalece son intereses espurios y desviados de la norma que ellos desde sus tribunas hoy silentes deben reafirmar aquellas cuestiones que atosigan, que confunden y que se pregonan por los que titulándose demócratas de toda al vida son, más que otra cosa, los traidores de la idea, los que tergiversan los conceptos, los que confunde y ponen en sus labios palabrejas que no dicen y actitudes huecas que rayan en la deslealtad.

Los intelectuales deben tener presencia y no tener que buscarlos con el microscopio, hay que verlos, oírlos y que se ausente la preocupación por saber por dónde andan y que hacen. Los intelectuales hoy son necesarios más que nunca, y que den la cara con altivez y que su sabiduría se deje ver con toda su extensión.

Hoy, cuando la sociedad camina sin rumbo, se debe contar con sus consejos, sus argumentos, porque la política de altura ausente de intelectuales, sin su asesoramiento, estará atrapada a ciegas y dando señales más que preagónicas.