El sacar tajada de las desgracias ajenas es una máxima histórica en todos los conflictos sociales -desde las guerras a las crisis de cualquier naturaleza-, pues siempre hay algún avezado empresario que busca la manera de enriquecerse a costa del sufrimiento ajeno. Recuerdo oír a mis abuelos hacer referencia a las posguerra española, a apellidos hoy ilustres que hicieron su fortuna encerrando grano o papas, que ejercían poco menos que "el derecho de pernada" o practicaban "el cambullón". Algunos de estos "ilustres" de hoy son la herencia de ese ayer que no siempre estuvo marcado por la honradez, el conocimiento o la nobleza de la genealogía familiar.

Le pese a quien le pese la historia se repite. Hay muchas formas de hacer dinero de manera aparentemente lícita, con medidas de presión, por ejemplo, so pena de conservar el puesto de trabajo. Así, al hablar con unos y con otros, descubres que hay personas que trabajan más horas que nunca por menos salario, que cada vez más infravaloran su formación; que con palabras y gestos se menoscaba su dignidad, que no se respetan acuerdos salariales y que se ven obligadas a ser marionetas en manos de un titiritero que heredó una empresa gestada con las mismas artes que ahora practica. Es decir, que los célebres derechos de los trabajadores, conquistados durante años de luchas entre patronal y sindicatos, se han convertido poco menos que en papel mojado. Muchos "empresarios" utilizan el argumento de los pocos beneficios o de las pérdidas económicas para reducir plantilla, para pagar la nómina más tarde -fraccionar el pago e incluso reducirlo-, para cerrar establecimientos, para decir un "es lo que hay" y no ponerse tan siquiera colorados, amparándose en la necesidad generalizada de tener un puesto de trabajo. Y esto, cuando se habla de un sector dedicado a los artículos prescindibles se entiende, pero si hablamos de productos de primera necesidad las cifras de ventas siguen siendo las mismas, por tanto no se mantienen en pie sus argumentos. Los españoles hemos sufrido serios y necesarios "recortes" -dicen los que de esto entienden que por haber dilapidado en exceso-, pero es injusto que las restricciones -sea cual sea su naturaleza- afecten siempre a los más desfavorecidos, que el tan traído y llevado tejido empresarial, pese a seguir teniendo -salvo contadas excepciones-, el mismo nivel de maniobra desde el punto de vista financiero y social, se haya atrincherado en la postura de no generar más empleo y, sobre todo, en no invertir el capital en mejoras en las instalaciones, en diversidad de marcas, en incentivos a su personal, en formación...

Mientras, la banca continúa sin abrir las líneas de crédito, ahogando a su clientela con intereses y desahucios, la misma banca que te perseguía hace unos años para darte la oportunidad de comprar una vivienda y que ahora se ha convertido en una gran inmobiliaria. Sus promesas de mantener el tipo de interés son recuerdo, su predisposición a atender las demandas de cualquier cliente, también, amparándose en normativas miles cuyo enrevesado lenguaje escapa al común de los mortales.

Conclusión: al final el mal uso de los derechos en el trabajo ha dado lugar al abuso por parte de la patronal, pero ¿quién le pone el cascabel al gato?