Hay preguntas que evitamos formularnos porque sus respuestas son delicadas. Sin embargo, antes o después hay que hacerlas. ¿Es sensato seguir formando a profesionales, altamente cualificados y todo lo demás que siempre se dice, para que una vez concluidos sus estudios deban marcharse al extranjero si quieren trabajar en lo suyo? La enseñanza es cara y la enseñanza pública lo es todavía más. La formación superior es la más cara de todas. ¿Merece la pena seguir destinando ingentes cantidades de dinero público a mantener un sistema sobredimensionado para las necesidades actuales?

Los datos están ahí. "Invirtieron años en formarse como profesionales cualificados y, cuando finalizaron sus estudios, se encontraron con un mercado laboral cerrado a cal y canto", publicaba ayer este periódico. "Arquitectos, aparejadores e ingenieros -los titulados universitarios vinculados al sector más afectado por la crisis- han debido afrontar esta situación, en muchos casos, mirando al exterior".

Añade la noticia que unos 500 aparejadores y arquitectos técnicos dados de alta en el respectivo colegio profesional de Santa Cruz de Tenerife han tenido que emigrar. No lejos está en el tiempo el día en que un profesor me cantaba las buenísimas perspectivas laborales de estos titulados. "Ni uno de ellos está en paro", comentó entusiasmado. "Algunos tienen apalabrados contratos antes de acabar". En ese momento existían bolsas de paro para algunas titulaciones impartidas en la Universidad de La Laguna; para las impartidas, por extensión, en cualquier universidad de este país. Otras especialidades, en cambio, casi garantizaban un empleo antes de que transcurriese un año desde la obtención del título. Aparejadores, ingenieros y algunos más. Ahora -sigo con la misma noticia- un diez por ciento de los ingenieros tinerfeños han tenido que chancletear para el extranjero. Un guarismo afortunado dentro de lo que cabe, pues a escala nacional tres de cada diez de estos titulados han emigrado. Lo peor no es la pérdida del dinero destinado a su formación. Lo peor es el drama humano porque, además de ese dinero, conseguir un título superior supone una ingente cantidad de esfuerzo personal. Un trabajo arduo durante años que sólo se mantiene con grandes dosis de ilusiones y esperanzas, finalmente rotas no en mil sino en diez mil pedazos.

¿Merece la pena, insisto, mantener un sistema tan frustrante desde cualquier punto de vista? No hablo de suprimir facultades y escuelas superiores, sino de racionalizar la oferta. Lo contrario supone seguir costeando con unos impuestos cada vez más asfixiantes la preparación de personas que luego aprovechan otros. Nada tengo contra los chinos, los brasileños o los alemanes, pero no por ello estoy dispuesto a subvencionarles casi al cien por cien la nómina de sus mejores cerebros.

La otra cara de la moneda está en la función del sistema universitario como generador por sí mismo de puestos de trabajo. ay profesores entregados vocacionalmente a la investigación y a la docencia. Otros están ahí como mera salida laboral. La mayoría de los que me han dado clase pertenecen a ese primer grupo de imprescindibles, pero también he conocido algunos de los otros; de los que, llegado el momento, defenderán un mezquino estatus atrincherados en sus despachos con la bayoneta calada.

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