En la calles se gestaron las revoluciones, los contubernios y las traiciones. n las calles, muchas voces se unieron en una proclamando a los cuatro vientos verdades como puños. n las calles, esas verdades impregnaron la vida de los pueblos, los movieron e inclinaron hacia las soluciones que se orillaban o simplemente caían en el olvido porque el negocio iba por otra parte.

Las calles funcionaron como acertadas tribunas publicas desde donde partían hacia lugares inmediatos y lejanos argumentos que comprometían la vida de las ciudades, de los pueblos. Y desde esa atalaya desprotegida de eufemismos y apoyada en la claridad de un lenguaje certero, las palabras tenían sentido y si se aplaudían era por su poder de convicción, alejados de adulonerías y de genuflexiones falsarias y peloteras.

Las calles, aún con sus viejos mentideros, iniciaron corros de democracia donde si alguien sobresalía, no en los cuentos, sino en las propuestas, se aceptaba sin compromiso alguno con la excepción de imitar, de llegar a ser, y de mejorar con el estudio y la reflexión lo que se oía, lo que se debatía.

La calle, como tribuna publica que ha sido, no debe dejar de ser, debe reforzarse porque en su razón de ser, en su más pura esencia es donde está la gente, donde circula la preocupación y donde se vive el día a día.

Cuando los pueblos se alían con la calle, para muchos es el enemigo a batir, teniendo que ponerle dificultades y barreras de incomunicación cuando su voz es tan necesaria, tanto para unos que no la oyen, que hacen oídos sordos, como para otros que procuran que la calle sea cada día que pasa más calle, más tribuna publica.

Cuando la calle palpita, posee vivacidad, deja atrás viejas modorras. Seguramente se estará en el albor de una nueva dimensión social que preocupa a muchos gobiernos, pero que no debe ser así, es una perfecta contradicción porque ese palpito, si se oye, es el que hay que asumir, recogerlo, estudiarlo y darle sentido, porque si fuera al contrario, al final los que toman altísimas decisiones las tomarán para sí mismos y ahí si que el imprevisto y el fracaso será total.

La calle como tribuna publica, alejada pero apoyada por universidades, ateneos y academias, seria el mejor ensamblaje para que el discurrir político si comienza ahí termine en las mesas de decisión de los gobiernos, donde la sociedad civil organizada también se sentiría representada.

Y en estos momentos de dificultades, de incertidumbre, obtener el más amplio consenso en cuestiones, sobre todo si son vitales, es lo deseable y es lo que hay que alimentar, nunca poner en practica el torpe error de la represión.