Me llama un amigo para decirme que le han subido el sueldo un 1,5%, en estricto cumplimiento del convenio laboral de su empresa, pero que al cobrar ese poquito más también le han aumentado la retención a cuenta del IRPF, con lo cual al final percibe cuatro euros menos que antes del incremento. "¿Qué te parece?", me pregunta. "Qué quieres que te diga", le respondo con un encogimiento de hombros que él no ve porque la conversación continúa siendo telefónica. "A mí me ha ocurrido lo mismo en alguna ocasión". Ya no porque ahora no trabajo por cuenta ajena. Ahora, en calidad de profesional independiente, o de autónomo -la denominación que ustedes quieran, pues a mí me da igual una u otra- tengo que pagarle religiosamente cada mes a la Seguridad Social la cuota correspondiente a cuenta de una jubilación que difícilmente cobraré cuando me toque si las cosas siguen por el mismo camino y también, que no se me olvide, para costear el funcionamiento de una sanidad pública que apenas utilizo, esencialmente porque no estoy dispuesto a esperar varios meses -o más de un año- para que me hagan una prueba médica básica cuando la necesito. ¿La solución? Un seguro privado que me cuesta dinero. Por si fuera poco, este mes, como cabía esperar, la Seguridad Social me ha subido esa mencionada cuota mensual.

Ojalá acabasen ahí mis penas. No es así porque el domingo, mientras deambulaba por Santa Cruz entre comedores de churros y bebedores de chocolate o café con leche, me tropecé con un grupo de señores y señoras enfundados en chillonas camisas amarillas -la idea era llamar la atención- pidiendo firmas para que el Gobierno de Rajoy no recorte aún más (sic) las pensiones. Como en ese momento me acordé de que desde hace más de cinco años les cobro lo mismo a mis clientes -a algunos incluso les tengo que facturar menos por las circunstancias de una crisis que no termina de acabar-, y que a todos los jubilados se les ha incrementado su paga -poco, pero al menos no se la han reducido a nadie-, preferí poner aire por medio con aquellos pedigüeños porque un domingo por la mañana, la verdad, no me apetecía ponerme a mentarle la madre a nadie.

Causan risa -siempre es mejor reír que llorar- las estrambóticas situaciones que vivimos en la España actual. Los pensionistas, ya que estamos, son como las vacas sagradas de la India: nadie puede meterse con ellos. Ciertamente hay jubilados en mala situación -gente que no llega a final de mes, como Olarte- pero no son la mayoría ni mucho menos. Paralelamente, y sin ánimo de criminalizar a un conjunto de esta sociedad -nada más lejos de mi intención- también los hay que perciben la pensión máxima o, en el peor de los casos, una cantidad que no está mal. Pensiones que han de pagar trabajadores en activo que cada vez ganan menos, o empresarios cuyos beneficios cada vez están más mermados por una presión fiscal que no se desvanece sino todo lo contrario. ¿enos impuestos a partir de 2015 como dice el señor Rajoy? Creo recordar que prometió lo mismo en los mítines de las elecciones anteriores.

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