Incrustados y saliendo del fondo del mar y alejados de la orilla, los Roques de Salmor, uno mayor que otro, son referencia de la fuerza del volcán que se abrió en el gran boquete de El Golfo, quedando como vigías, más allá de plataneras, viñedos o durazneros. Como plataformas marinas fueron el hábitat de esos lagartos gigantes, o al menos así se dijo, aunque en conversaciones mantenidas con José Padrón Machín, que estuvo junto a un biólogo alemán viviendo en los roques uno días por ver si podían observar a los lagartos, esto no fue posible porque no llegaron a confirmar la presencia de estos.

Los roques, como otros parajes de la isla, nos sorprendían tanto si los divisábamos desde el mirador de La Peña como desde Las Puntas; y nos sorprendían porque la imaginación volaba y veíamos por los reductos de esta corretear a los lagartos entre los vericuetos de la roca gigante, y hasta nos relataban que eran enormes, pesados. Y así alimentamos nuestros ensueños de infancia hasta que los fuimos observando, viéndolos de cerca, casi tocándolos, después de los cuidados que se han tenido con ellos en cautividad.

Los Roques no solo forman parte de la memoria de una isla por los lagartos, también han contribuido a darle esa pincelada indispensable de belleza y de esplendor telúrico de un trozo de isla que avanzó, no llegó a ser una isla próxima a otra, pero que quedaron ahí, cerca, al lado, como vigías de una historia milenaria y como una de las panorámicas enigmáticas que posee la isla de El Hierro.

Tienen una atracción un tanto imantada porque cuando se llega, por ejemplo, a La Peña, con deseos de contemplar parajes de la isla, antes de dirigir la mirada hacia al abismo, y recorres la parte agreste de Los Jarales, La Montañeta o las piedras características de Guarazoca, esta se desvía con celeridad y se clava en los roques e imaginas, imperiosamente, aun en la leyenda de su permanencia, a los lagartos cogiendo sol en los roques o empapándose del agua salada que les llega tras el rompiente de las olas.

El Garoé, la Leyenda de Teseida, los Lajiales del Julan, los cantiles del Tamaduste, tantos y tantos espacios de la historia y de la memoria, como son también los Roques de Salmor, han contribuido, y siguen haciéndolo, a darle vivacidad a la isla, a irla poniendo en el sitio que le corresponde y, a pesar de estar anclados con sus garfios de lava en el mar de El Golfo, son embajadores y referentes de una isla que está rompiendo las brumas de sus distancias.