Sin ánimo de añadir pesimismo al asunto -ser pesimista durante mucho tiempo agota; ser optimista sin motivos agota bastante más-, ¿qué recuperación económica puede haber a la vista de que en 2013 ha continuado, y de qué forma, la destrucción de puestos de trabajo? Menos parados sí, pero porque la gente se cansa de buscar empleo o ha hecho la maleta y ha chancleteado para el extranjero como lo hicieron sus antepasados, por cierto no muy distantes en el tiempo.

Parches. A eso se limitan las medidas adoptadas por Rajoy y sus ministros. Mejor poner parches que agrandar el boquete, como hacía el Gobierno de Zapatero, pero los apuntalamientos parciales no son la solución definitiva. Valen para salir del paso. Para mejorar en un par de estadísticas parciales. Lo suficiente para salir ante las cámaras anunciando que la recuperación ha comenzado aunque todavía sea incipiente por lo cual, sinceridad ante todo, no hay motivo para echar las campanas al vuelo ya que, miren ustedes por dónde, todavía queda mucho camino por andar. ¿Y el que seguimos desandando?

El siguiente parche lo pondrá en los próximos días, casi con toda seguridad, el señor Montoro. Maestro mundial no sólo del cinismo político sino del impudor universal, retocará nuestro ministro de Hacienda algunos tipos por aquí y por allá para que quienes todavía tienen trabajo, junto con las empresas que aún no han cerrado, paguen un poquito más y compensen la merma de ingresos. alvo que perder más cientos de miles de puestos de trabajo no suponga un menoscabo para el erario. Cientos de miles de aportaciones a la eguridad ocial. Cabe esperar, en consecuencia, que la ministra Báñez se sume a don Cristóbal en el sibilino arte de apretar la tuerca de las cotizaciones sin que tampoco se note en demasía. Y así hasta la siguiente estadística.

Cabe la esperanza -la esperanza es lo último que se pierde- de que algún día la sociedad de este país tome conciencia de que hace falta un cambio total. Una revolución no violenta, que nunca conduce a nada, sino una catarsis impulsada por la idea de que así no podemos seguir. Decía alguien hace unos días que Cataluña no puede culpar a España de que no se haya proyectado en el mundo, porque desde la baja Edad Media han sido los propios catalanes quienes se han encerrado en planteamientos menestrales. Eso sí, con una gran devoción por el trabajo. Una laboriosidad catalana que debería haber copiado el resto de España hace mucho tiempo. in embargo, en ese resto de España el trabajo continúa siendo una maldición; un castigo divino del que únicamente se libran los odiados ricos. Por lo tanto, como le oí decir una vez a un ujier de cierto ayuntamiento, el mal menor es un trabajo que no te mate pero que te paguen bien.

La Encuesta de población activa mantiene un preocupante guarismo de 5.896.300 parados. Casi seis millones de personas que dicen no tener trabajo. Tal vez haya llegado el momento de redefinir lo que se entiende por tener trabajo, considerando que ocupaciones a tiempo total con contratos indefinidos y una serie de mejoras logradas en las negociaciones de los tiempos de la abundancia -lo que los sindicatos denominan empleo de calidad- parece que va a ser un bien cada vez más escaso.

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