Destaca Carlos Segovia, periodista con una larga etapa a sus espaldas como corresponsal en Bruselas, el curioso caso del ex presidente de Sacyr. Un señor llamado Luis del Rivero que le pidió ayuda a Zapatero -y la obtuvo- para que esta empresa consiguiese las obras de ampliación del canal de Panamá. Es lógico, y así ocurre en todos los países, que las compañías susceptibles de adjudicarse importantes contratos internacionales requieran el apoyo de sus gobiernos. No es tan normal, en cambio, recurrir al país propio para lo que le conviene a uno y a otro -u otros- para lo que le conviene al Estado, que en realidad es la sociedad en la que vivimos porque, a falta de que alguien termine de enterarse, el Estado somos todos y no sólo quienes lo dirigen.

He escrito este prolegómeno porque Luis del Rivero mantenía una suculenta cuenta en un banco suizo mientras le pedía al presidente del Ejecutivo español que le allanase el camino en Panamá. Al margen de que a tal cuenta fuese a parar dinero ingresado por uno de los imputados de la trama Gürtel -tema en el que no entro, aunque podría porque algunos asuntos del PP huelen bastante mal y este en particular apesta-, tiene gracia que el líder de una empresa requiera la ayuda de su país para redondear negocios, pero elija otro para pagar impuestos o guardar su capital.

El asunto ni es nuevo, ni afecta únicamente a los prebostes de los negocios patrios. Son multitud los "famosos" -deportistas, cantantes, actores y actrices y demás gente de la farándula mayor y menor- que van de patriotas pero han fijado su residencia en el extranjero para no tributar en el país de sus amores sino en aquel que resulta más conveniente para sus finanzas. Poco debemos extrañarnos, en consecuencia, de que bastantes políticos actúen de la misma forma.

Es el caso de los nacionalistas catalanes. e todos los nacionalismos periféricos españoles en general, aunque hoy voy a circunscribirme -una vez más, y espero que no sea la última- a esos señores que están destrozando la tierra de mis tatarabuelos, si bien prefiero pensar que mis ancestros no eran tan sinvergüenzas. Sea como fuese, asegura Francesc Homs, en declaraciones recogidas ayer por este periódico, que "las Islas Canarias tienen una gran oportunidad estos próximos tiempos porque el Estado español está muy débil, y reacciona mal, en lugar de reforzarse". ¿Una oportunidad para qué? ¿Una oportunidad para que, por ejemplo y sin ir más lejos -pero tampoco más cerca-, debamos pagar el cien por cien del billete de avión cada vez que salimos de estos peñascos? Porque el principal aeropuerto de Canarias no es el de Gando, ni el Tenerife-Sur; el principal aeropuerto de estas Islas es el de Barajas. Lo dijo en su día, acertadamente, Pepe Segura. Salvo los vuelos chárter que de vez en cuando nos llevan a donde les conviene a las respectivas compañías, pero no a donde realmente quisiéramos ir, hoy por hoy Madrid es la puerta de entrada y salida para cualquier vecino de este Archipiélago que quiera moverse más allá de su región.

Bien es cierto que la movilidad de los canarios, la posibilidad de que las gentes de estas Islas conozcan el mundo, es lo que menos le conviene a la burguesía criolla. Mediocre clase social que precisa mano de obra poco intelectualizada para explotarla a su conveniencia. Lo mismo que han hecho los coburgos villeros con la gente de las medianías. Personas a las que han mantenido en la ignorancia y la miseria para que trabajaran en sus fincas por un plato de comida, que no era precisamente la que servían en sus mesas. Hasta que un sacerdote salesiano llamado Víctor Rodríguez Jiménez, a quien le agradezco que tuviese la paciencia de enseñarme a escribir, les despertó la conciencia.

Embrutecer a la sociedad catalana, especialmente a la generación nacida y criada durante la democracia, es lo que ha hecho la burguesía de la butifarra. Eso, y aprovecharse de la debilidad de un Estado en el que Cataluña vende el 90 por ciento de lo que produce. Algunos dicen que sólo el 70, pero incluso así es una cantidad muy cuantiosa para andar con la prepotencia económica de que alardea CiU un día sí y al otro también. Se puede defender la independencia de Cataluña o de Alpedrete. Eso es lícito en un país que pretende ser democrático, siempre que se haga sin bellaquerías. Es decir, sin recurrir a la mentira perpetua o al oportunismo de los rufianes. Verbigracia, el que apuesta por aprovechar supuestas debilidades.

Además, ¿qué debilidades? Ciertamente no pasa España por sus mejores momentos, pero tampoco por los peores. "Piano piano si arriva lontano", dice un refrán transalpino. Poco a poco estamos recuperando un prestigio internacional que dejó Zapatero en el subsuelo con sus locuras. Bienintencionadas y hasta loables ideas las suyas, pero muy poco prácticas en un mundo que es como es y no como quisiéramos que fuese. En contrapartida, ¿qué está consiguiendo Cataluña bajo la batuta de Arturo Mas en ese mismo escenario internacional? Puro desdén, aunque eso no lo dice Homs en calidad de portavoz de la Generalidad porque tampoco se lo preguntaron. Un desprecio que debería humillarlo a él y a su presidente, o al menos inducirles a los dos el recato suficiente para no pontificar sobre lo que sucederá con esa región en Europa al día siguiente de una hipotética independencia. e momento, la cosecha conseguida tras dos años de "internacionalización" del desarraigo catalán con el resto de España no puede ser más exigua: los dos únicos apoyos recibidos provienen del primer ministro de Letonia -que rectificó en menos de veinticuatro horas, en cuanto Margallo lo llamó a capítulo-, y de Fabian Picardo. Este último un mequetrefe que se ha dado a conocer por sus improperios contra España, aunque su mansión no la tiene en el inhóspito peñón sino en la lujosa urbanización española de Soto del Real. Llanito pero no imbécil.

Los imbéciles somos quienes permanecemos amordazados por un estúpido decoro -o absurda mala conciencia histórica- ante la sarta de insultos cotidianos a cargo de quienes viven, y viven muy bien, a costa de los españoles.

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