A lo largo de la vida uno va acumulando muchos recuerdos, algunos sentimentales y otros físicos, objetos que, según mis hijos, desaparecerán cuando uno falte. Aunque no me guste la idea, en realidad tienen razón, porque cuando llega un periodo como la Navidad hay que redoblar esfuerzos para poder tener todo a punto en los días señalados. En la limpieza a fondo de muebles y detalles decorativos de este año, tarea que no es fácil y en la que me ha tocado colaborar, empiezas a rememorar situaciones y momentos ligados a cada una de esas piezas: si los compraste, dónde, si te los regalaron, quién, si los heredaste, de qué familiar... Conforme los manipulas, ríes o te entristeces por los que ya no están, o los que viven lejos, muchos de los cuales, pese a la distancia, siempre los tienes presentes. Todos estos sentimientos van unidos a la Navidad y, nos guste o no, esta época siempre estará rodeada de ese aureola sobrecogedora.

Como creyente, uno de los lugares más significativos que he visitado fue el Santo Sepulcro. Hay muchos otros, pero para los que nos consideramos cristianos, al entrar en esta cueva de oración te sobrecoges porque sientes que allí sucedió algo hace más de dos mil años. Ese es el verdadero significado de la Navidad. Después de un largo año de vicisitudes, problemas y alegrías, hay que obligarse a frenar la mente y abrir el corazón, reconocer los errores, analizar si has sido humilde, bondadoso y caritativo, pero sobre todo estar dispuesto a rectificar y ser mejor persona. Ahí radica la importancia de estas maravillosas fechas.

En todos estos años he cultivado amistad con muchísimas personas, en los viajes, en las relaciones de trabajo, compañeros de actos culturales, en reuniones o fiestas de amigos y familiares... Cuando llega diciembre, procuro anticiparme y llamar a los más cercanos afectivamente, a la antigua usanza -nada de esos mensajes impersonales que se han impuesto-, hablando por teléfono personalmente. Suelo hacer una lista y procuro dedicar varios días a preguntar e informarme sobre la situación de cada uno, cómo afrontarán el nuevo año, y contarnos los achaques de salud tan típicos de nuestra edad. La distancia hace que te enteres tarde de las peores noticias, si han perdido un ser querido, si sufren alguna enfermedad grave, pero dentro del drama procuro enviar buenas vibraciones y desear lo mejor. Normalmente me apresuro y soy el primero en contactar, pero con el paso de los años algunos se anticipan, y casualmente este año ya casi no me queda gente en la lista. La próxima Navidad comenzaré antes, y me definiré con el mote que me puso mi mujer hace tiempo, ya que no quiero perder este honorifico título: "el Adelantado". La lista de llamadas es cada vez más corta, pero a los que quedamos nos seguirá uniendo el afecto, y multitud de anécdotas y recuerdos. Lo más bonito es que la relación no se reduce a la Navidad, también se acuerdan de tu cumpleaños o el santo, y lo más satisfactorio es cuando te llaman para preguntar cómo está transcurriendo el temporal de turno.

Tengo amigos en muchas otras provincias e islas, y muchas de esas amistades las cultivé hace décadas, algunas incluso por casualidad, como cuando trabajaba en una fábrica de tubos y canales de fibrocemento, allá por el 53, y un joven de veintitantos me dijo: "Poyiyo, vengo a por la distribución exclusiva para Lanzarote". Hizo un gran pedido, me invitó a Arrecife para conocer las instalaciones de su empresa, y desde mi primera visita, en la que me hospedé en el Parador, tenemos una gran amistad que dura sesenta años.

Son muchísimas las vivencias. Como con otro gran compañero que vino a trabajar a Tenerife en plenos carnavales, y al que vestí de Caperucita Roja. Cenamos, bebimos, bailamos, nos reímos, y a eso de las seis de la mañana, hora de servir los churros con chocolate, me lo encuentro sentado en una mesa mordiéndose una trenza de la peluca. ¡Qué pena no haber sacado una foto en aquel momento!

Se acaban las líneas, así que termino, deseando feliz Navidad y todo lo mejor para el próximo año: paz, felicidad y prosperidad, que falta hace.

aguayotenerife@gmail.com