Siempre me ha molestado que me tomen por imbécil, pero cuando se utiliza el sufrimiento ajeno para conmoverme, puedo llegar a una situación límite, pues aquí creo que se roza la inmoralidad. Y es que vivimos en un mundo en el que son más importantes los gestos que los hechos, más la apariencia que la esencia, y mucho tendrían que cambiar las cosas para que así no fuera. Mi única esperanza es que la crisis sirva al menos para eso, para poner las cosas en su verdadera perspectiva y acabar con tanta pavada farisea. Yo no sé si se producirá ese bendito efecto de corrección; de momento, los pobres de solemnidad siguen esperando la limosna de los que vamos camino de serlo o de esos otros a los que les sobran ganas de aparentar.

¿No habrá nadie que les diga a estas "almas caritativas" que se les ve el plumero, que los pobres también tienen dignidad y que para que unos puedan ejercer sus acciones solidarias en convocatorias masivas, dándose autobombo, tiene que haber otros que pasen un calvario para subsistir? Pocos son los que dan algo sin pedir nada a cambio y generalmente detrás de una cena solidaria, un festival benéfico, una sesión de cine, detrás, digo, se suele encerrar una campaña de marketing. Así somos los humanos, peor que las hienas que se alimentan de carroña, aunque sea de sus congéneres.

La realidad es simple: tú pones el rostro a la pobreza que yo me beneficio, y además todos me aplauden porque soy muy bueno y muy solidario. Es así de cruda la realidad, pues cada vez proliferan más los que podríamos llamar solidarios simbólicos, esas personas que confunden los gestos con la acción. No crean que se trata de un hecho aislado, es más común de lo que se cree y se implican sin querer, como por ejemplo al ponerse las llamadas "pulseras solidarias", esas que valen un potosí y llevan el sello de una marca cara, con las que se cree que se está ayudando al prójimo y lo que se hace es contribuir a hacer más ricos a los de siempre. Ya saben la máxima: dinero llama dinero.

Aprovechándose de las miserias humanas están también los generosos avispados, como por ejemplo los que organizan grandes fiestas benéficas. En realidad, el truco es sencillo a la par que eficaz. Lo dejan caer entre unos cuantos amigos del club, a ser posible de los que se aburren de ser ricos, con la excusa de hacer un encuentro que sirva para que tal o cual colectivo aparezca en los medios de comunicación como elemento solidario y agente de las causas más humildes. Si es posible, se garantiza la asistencia de alguien conocido: cantante, actor, político... el secreto luego está en implicar a un grupo de advenedizos -léase nuevos ricos, consortes de políticos- para que vayan a tu fiesta y paguen, pongamos, cien euros por cenar en tan elegante hotel y compañía. Previamente habrá pedido a diversas marcas de renombre que donen objetos para una subasta benéfica cuyas papeletas el público compra in situ. Una vez terminada la fiesta, se hace caja, se pagan gastos, se cuentas las ganancias, un pequeño porcentaje se destina a la causa -y quedan como los reyes del mambo- y lo demás para la "saca".

El negocio es tal que aunque se donara íntegramente todo lo recaudado -y nada me hace dudar de que así sea- siempre ganan. Las firmas no pueden negarse a colaborar puesto que se trata de una acción solidaria, teniendo en cuenta además quién lo pide, pero sobre todo porque la publicidad que se consigue es tan positiva como barata. Y digo yo, si se quiere ser generoso de verdad, ¿por qué no hacer el donativo sin que se haga público y por el monto que resulta de sumar costos de vestido, peluquería, niñera, desplazamiento y consumición (comida y bebida)? Vamos, es una simple propuesta.