1.- Por fin, la Academia ha dado marcha atrás. Estar solo no será igual a que sólo quiero una hamburguesa. La lengua no la hacen los académicos, la construyen mucho más decentemente los escritores y los periodistas (los periodistas también son escritores, sólo que de todos los días; el escritor es más de temporada, como la castaña y el tomate). Ante la cantidad de críticas, los razonamientos de peso y la negativa de los escritores y periodistas -entre ellos, un servidor- a proscribir la tilde, la Academia de la Lengua ha dicho que se mantiene la diferencia. A mí me da la impresión de que se proscribió el acento -mejor, la tilde- por influencia de las academias latinoamericanas; a lo peor estoy equivocado y resulta que la cosa salió de aquí. Ahora todo vuelve a su sitio y ya es oficial. El solitario continúa con la ausencia de la tilde, es decir, tan solo como siempre, y el otro recupera la carga de la que disfrutó, a lo largo de muchos años, como adverbio de modo. Por fin la Academia se rinde ante la presión de los que nos hallábamos en un total desasosiego. En un terrible e incómodo desamparo ortográfico.

Esto de la lengua, y más de la nuestra, es estupendo. Me hace mucha gracia eso de cerce. La palabra está recogida por Corrales y Corbella en su Diccionario Ejemplificado de Canarismos, que yo tanto manejo, y que con el Tesoro Lexicográfico es lo mejor que se ha hecho sobre nuestra forma de hablar. Cerce pueden ser muchas cosas; se trata de la manía del mago de inventar palabras que sirvan para todo. Uno se echa un buche de vino cerce; es decir, sin acompañamiento de sólido. Pero también se puede cortar la hierba cerce, rasa. Y tomarse un comprimido sin agua, cerce. Al godo no avezado que me lea, el canario lo pronuncia "serse". Y eso.

3.- Los escritores de todos los días, los de hoja perenne, deberíamos utilizar mucho más nuestras palabras. Mis abuelos maternos usaban más vocablos canarios que mis abuelos paternos. Mi abuelo, aquel que cuando el rabo estrecho de la corbata le quedaba más largo que el ancho lo cortaba con unas tijeras, decía, por ejemplo, borsolana (bañadera). Y como era coleccionista de sellos, al territorio español de Ifni le decía Ifini, no me pregunten por qué. "Sácame la carpeta de Ifini", gritaba mi abuelo sin cortarse un pelo. Mi madre solía reprenderme, cuando me subía a un árbol o a lo alto de un armario, con un: "¡Bájate de esa pericosia!" (Corrales/Corbella lo recogen como pericosa y es más lógico). En fin, que el idioma, incluso el nuestro, con sus limitaciones, es una hermosura. ¿O no?

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