Para ganar una prueba de velocidad en una competición deportiva basta con cruzar la meta una fracción de segundo antes que los rivales. Algunos ciclistas han vencido en el Tour o en la Vuelta con menos de un minuto de ventaja sobre el segundo clasificado. ¿Qué supone en la vida real un minuto después de tres semanas de competición, a razón de cinco y hasta seis horas por día? Nada, o casi nada; tan solo la diferencia entre triunfar o no hacerlo. ero eso, insisto, vale en el ámbito deportivo; fuera de la competición resulta bastante baladí.

Más o menos lo que ocurre con el polémico informe ISA; ese que no se volverá a realizar en Canarias hasta 2015 por decisión del Gobierno regional y también, la verdad sea dicha, porque si uno no se presenta a un examen no lo suspende. El último de tales informes otorga a los adolescentes españoles de 15 años 484 puntos en comprensión matemática. ¿Mucho o poco? Estamos por debajo de la media de la OCDE, desde luego, pero Rusia -cuna tradicional de importantes matemáticos- tiene dos puntos menos que nosotros; y los gringos están todavía peor, pues solo llegan a 481. En comprensión lectora los españoles también andan por debajo de Canadá, el Reino Unido o Alemania, pero por encima de Suecia, Israel o Argentina, con la circunstancia añadida de que este último país ha dado al mundo tantos buenos literatos como Rusia matemáticos. Nación esta última también bastante peor que nosotros en cuanto a las habilidades de sus adolescentes para entender lo que leen, pese a sus setenta años de "excelencia" educativa bajo el comunismo. or último, y para no cansar con una ristra de guarismos, en competencia científica los adolescentes españoles solo están un punto por detrás de los norteamericanos, al tiempo que superan a los noruegos, italianos, portugueses, rusos y suecos.

Quien se dedica profesionalmente al periodismo necesita titulares. Tantos titulares, que a menudo cae en la tentación de impedir que la realidad nos chafe uno solo de ellos. Una realidad circunscrita a que nos encontramos por debajo de la media de la OCDE, cierto, pero no significativamente por debajo. No estamos en el podio pero tampoco en la cola. Estamos en el gran bloque central. Debemos mejorar, nadie lo cuestiona, pero tampoco es para hacernos el harakiri.

Lo que nos debe preocupar en cuanto a la formación de nuestros jóvenes -y no tan jóvenes- es algo que presencié hace dos días en Santa Cruz. Me había acercado al muelle de Ribera para ver de cerca uno de esos yates de supermillonario que quitan el hipo. En eso estaba cuando se acercaron algunos empleados de una empresa que presta servicios en el recinto portuario. El capataz trató de dialogar con los tripulantes de la embarcación. ura y elogiosa amabilidad por su parte, amén de un gran afán de ser útil. Todo perfecto, salvo que debía entenderse mediante gestos porque no hablaba inglés. La misma escena que vemos en las tiendas de la calle del Castillo, sin ir más lejos, cada vez que varios trasatlánticos inundan la ciudad con dos o tres millares de turistas. Esa carencia es bastante más grave que unos puntos de más -o de menos- en el informe ISA.

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