Si alguien me preguntase a quién prefiero como alcalde de Tacoronte tardaría medio segundo en citar el nombre de Álvaro Dávila por dos o tres razones subjetivas: lo conozco personalmente, me cae bien, posee preparación académica, es una buena persona y, además, yo no vivo en Tacoronte.

Dicho esto como prolegómeno imprescindible, me gustaría preguntarle a Álvaro cómo piensa sacar adelante los asuntos municipales, habida cuenta de que la oposición contra su gestión no es que continúe siendo la misma que existía antes de la moción de censura; es incluso mayor. "Hay personas que habían dejado sus trabajos para dedicarse al Ayuntamiento, y ahora mira", le oí decir a un político de estos alrededores pocas horas después de conocerse el auto judicial que devuelve el bastón de mando a Dávila.

Tacoronte tiene en estos momentos un problema, aunque es un problema local. Con todas sus consecuencias, desde luego, pero limitado a un municipio. No ocurre lo mismo con el precedente que genera. i la Justicia en España no fuese rápida -no le pidamos peras al olmo- sino al menos igual de lenta que en los países de nuestro entorno, la legalidad de la moción de censura, cuestionada por el recurso presentado ante los tribunales, quedaría establecida en unas cuantas semanas. Como la Justicia española no es lenta sino lentísima, cabe suponer que Álvaro Dávila será alcalde como mínimo todo lo que queda de legislatura.

Queda por ver cuántas mociones de censura se presentan a partir de ahora en ayuntamientos o cabildos. Una situación que otorga de hecho -y hasta de derecho, si se establece la oportuna jurisprudencia- un poder absoluto a los partidos. El debate político de este país, incluida la imprescindible alternancia en el Gobierno, va camino de reducirse a algo muy semejante a la liga de primera división: una pelea por el liderazgo entre dos equipos que están en la mente de todos, con algún que otro adlátere cerca de ellos; los demás, pura comparsa. Y en cada uno de esos equipos, un par de gallitos destacados que marcan goles. Un esquema válido en el fútbol porque adormece lo imprescindible al personal de un país arrasado por el paro e incapaz de salir del agujero, aunque resulta penoso cuando lo que está en juego no es el triunfo del equipo de nuestros amores. Cuando gana el POE, el PP o el partido que sea, gana o pierde -lo estamos viendo a diario- uno u otro modelo de sociedad. Un asunto demasiado importante para quedarnos en la grada como espectadores o, peor aún, para dejarlo en las manos de un juez. Porque si un magistrado puede decidir, con las leyes en la mano, quién ha de ser el alcalde de Tacoronte o de cualquier pueblo, villa o ciudad de este disparatado país, o cambiamos las leyes o dejamos de enunciar la gran mentira diaria de que vivimos en una democracia.

rpeyt@yahoo.es