Caen cuatro gotas y ya están aquí, son las moscas "confianzudas", y que quede claro que la autoría del calificativo no es mía, se la debo al cantante Rafael Flores, "El Morocho", uno de esos humanos que es intolerante con estos insectos familiares que hacen de nuestra casa su zona de vuelo particular. Hemos sido testigos de que no las soporta, fueron la causa de su despiste durante una entrevista compartida en la radio. Nada más presentirla, se armó con una servilleta de papel y disparaba contra el espía negro que se coló entre los micrófonos. El bueno de Rafael estuvo cazando "en vivo y en directo" a nuestra siniestra mosca, muy versada en esto de los vuelos cortos. No paró hasta acabar con ella. Y es que estos insectos voladores y "confianzudos" van de la mesa a tu brazo, de ahí a un cuadro cercano -con parada incluida- a un nuevo vuelo con otro destino: la lámpara del salón, el lugar perfecto para hacer un alto en el camino y pasear su grácil figura. Corretean un poco, y vuelta a lanzarse en caída libre hasta tu cabeza, para que agites el cuello negándolo todo, en un intento desesperado e inútil que pretende ahuyentarlas, persuadirlas y hasta advertirlas de que vas a manotear al aire, pero ellas -impasibles- siguen con su loco frenesí de una tarde invernal.

En el fondo tienen un no sé qué. Puede que sea su constancia, o ese mover las patas sobre cosas prohibidas: la carne y el pescado que ordenas para poner en la nevera, los dulces que sirves con el café, la fruta partida, la calva de ese visitante impertinente o la cara del bebé de la vecina que siempre está pidiendo permiso para estar limpia. Lo cierto es que desde la prehistoria nos acompañan, sobre todo en la basura, en los sitios donde hay resto fecales de animales racionales o irracionales, que de todo hay en nuestros días, y ese es su cometido, andar por los lugares sucios, entrar por las ventanas abiertas, matar su aburrimiento dejando minúsculas huellas en los lugares más inverosímiles - una carta de navegación, por ejemplo, con lo que los marinos buscaron más de una isla irreal, su San Borondón particular-, por no hablar de su labor polinizadora, control de otras plagas, eliminación de restos animales, trasmisión de enfermedades...

Y es que el ser mosca da para mucho. Son animales que practican el libre albedrío, despistan a los alumnos en las clases y no siempre es porque subyace en ellos una vocación de entomólogos, digamos que son sus idas y venidas, ese caminar boca abajo como artistas de un circo, esa veneración que han generado en antiguas culturas, su capacidad para molestar y hacerse notar en los momentos más inoportunos; su resistencia a los insecticidas; un todo que las hace imprescindibles en algún momento de nuestras vidas.

Curiosamente, las moscas aparecen con frecuencia en la literatura, constituyendo, por ejemplo, uno de los símbolos personales de la obra del poeta Antonio Machado que, en una de sus obras las retrata como animalillos revoltosos y entrañables que evocan la infancia del poeta, señalando que no tienen respeto ni por los "parpados de los muertos".

Y que nadie piense que la mejor mosca es la que está muerta, pues al paso que vamos en el planeta será difícil eliminarlas, ya que cada día nuevos episodios malolientes aparecen para alimentarlas en todas las culturas: masacres de inocentes, hambrunas, escándalos políticos, evasión de capitales, leyes sin sentido. Las moscas, sean del color que sean, son unas guerreras que alardean de su pasado glorioso, pues para los egipcios eran símbolo de valor indomable, insistencia y tenacidad frente a un conflicto, tanto que el mayor galardón militar en la cultura egipcia era un collar con moscas de oro.