Acabo de enterarme y no acabo de reponerme de la impresión. La llegada de la prensa canaria a mi casa de Madrid es de lo más irregular, y no digamos la de fin de semana. En dos días me han llegado los ejemplares de cinco, lo que hace que su lectura sea de lo más anárquico. Estaba yo intentando buscar una posible esquela de un familiar de mi nuera cuando, al consultar el ejemplar del día 13, miércoles, me encontré con la inesperada esquela de Pilar García Crosa, la viuda de mi gran amigo ya desaparecido hace tiempo, Carlos Díaz López, mi compañero de pensión, con tantos otros, en el Madrid de los primeros 40. Así como Carlos fue compañero desde pequeños, en el Club Náutico y en la Rambla y luego en Madrid como estudiantes, no sucedió lo mismo con Pilar, a la que le llevo 10 años, aunque si tenía amistad con su hermana Maruja, a la que por entonces llamábamos Maruja Mesa, donde Mesa es solo el apellido materno de su padre, y como Mesa eran conocidos todos los de la familia. Aparte de que vivían en la calle de La República, cerca de la Rambla, en las primeras casas de dos plantas y a mano derecha, y nosotros lo hacíamos casi enfrente, en la calle Lucas Fernández Navarro. Así que cuando me fui a estudiar a la Península Pilar ni había hecho la primera comunión.

No sucedía lo mismo con el que luego fue su marido, Carlos, con quien tuve siempre así como con toda su familia, una gran y sincera amistad, reforzada por el hecho de que su hermana Luisa fue compañera mía de bachillerato y entrañable amiga de otra compañera de estudios, Florinda Díez, y, aunque mayor que yo, amistad grande tuve también con su hermano Nano y con sus dos hermanas aún mayores, Juana Rosa (casada con Lang Lenton y expertos bailarines) y Asunción (casada con Pedro Pérez-Andreu, de Milicias Universitarias), así como con sus padres, cuando todos ellos vivían en otra casa de dos plantas, en la la subida desde "la Estatua" a Enrique Wolfson, frente a la casa de doña Petra San Juan y el Colegio de la Pureza.

Parece obligado referirme a Maruja Mesa, una de las grandes bellezas de mi tiempo, como lo fue también Pilar Fernand y tantas otras, algunas aún, a Dios gracias, entre nosotros. Aunque mis recuerdos con Carlos y su familia han sido siempre constantes y profundos, guardo especial recuerdo de una visita que hizo por primavera a Madrid don Maximiliano y su hija pequeña, Mavi, siendo yo estudiante de Minas, es decir, antes del 48, y que nos invitó a merendar en una terraza de la Gran Vía, justamente en la esquina donde está el cine Capitol. Era un poco mi barrio, pues por entonces vivía yo en la calle Madera Baja nº3-2º, y solía ir por las noches a estudiar a un gran café en la Gran Vía esquina a Silva, donde había muy buena calefacción, no como en la pensión, aunque años después me enteré de que a esa hora la clientela era mayormente de la entonces vergonzosa "serie B", aunque hoy hasta nuestro ayuntamiento les hace unas fiestas por Carnavales. ¡Qué tiempos estos!

Carlos y Pilar se casaron siendo él aún estudiante y, después de una primera estancia profesional en Puertollano, terminaron en su Santa Cruz y aquí, después de unos años de experiencia en proyectos de ingeniería, ingresó en Unelco y pudo colaborar y dirigir las futuras grandes centrales de producción de energía eléctrica. La dependencia del INI de la empresa hizo que sus viajes a la Península, concretamente a Madrid, fuesen frecuentes y así tuvimos ocasión de continuar la amistad, reforzada por la suya con mi cuñado Opelio.

Un año nos encontramos con la pareja en Madrid, en el hospital San Francisco de Asís, donde ella iba a ser operada, no recuerdo de qué, aunque lo que sí recuerdo es la primera visita que hicimos mi mujer y yo a Pilar recién operada, y creo estar viendo de nuevo aquella cara, palidísima después de la intervención, pero al mismo tiempo guapísima, impresionantemente guapa, como tuve ocasión entonces y la he tenldo luego muchas veces con variados amigos de comentar que la belleza natural, lejos de afeites y coloridos, lo es hasta en la mesa de operaciones. Mi contacto con las hermanas Mesa (perdón, García Crosa) fue más frecuente luego con la hermana Milagros (y su acordeón), casada con Pepe Belda. Un año me recetaron una especie de descanso durante un mes que aprovechamos mi mujer y yo para ir a Santa Cruz, coincidiendo mi estancia con los carnavales de aquel año en el que la Ni Fu Ni Fa hizo popular un cantar relativo a los "huevos de alacrán" que los canariones decían habíamos traído con la arena del Sahara que habíamos importado para Las Teresitas, canción que dio poco menos que la vuelta al mundo, y entonces tuve la posibilidad de saludar a mi amigo Enrique González al frente de la Afilarmónica en su presentación en el Casino. No lo había visto desde los años 44 y 45, en que ambos estábamos en el Campamento de Milicias Universitarias de Hoya Fría. En aquellas fiestas, estando una mañana con Raimundo Rieu y mi cuñado Opelio en el Bar Atlántico, se nos acercaron dos mascaritas que no cesaron de meterse todo el rato con "Pepito Segovia", al que tildaron de "marica", actitud que se repitió en la noche en el baile de gala del Casino, si bien entonces acabaron quitándose las caretas y allí estaban las divertidas hermanas Mesa, Marula y Milagros, tan sonrientes como siempre.

Un mal año se nos fue Carlitos y desde entonces, el día de San Carlos Borromeo suelo llamar a Pilar, así como cuando, por cualquier motivo, voy por Santa Cruz, si bien su residencia en Tegueste ha hecho que no la haya visto hace años, con lo que el contacto se ha limitado al teléfono. Y siento muy especialmente no haber tenido, allá por finales de agosto y comienzos de septiembre, en que estuve en Santa Cruz, la oportunidad de llamar una vez más a Pilar, por lo que la vista del periódico ha sido para mí especialmente dolorosa. A su hermana Maruja, a sus otros hermanos, hijos y nietos, mi más sinceras condolencias y la esperanza de poderlos encontrar un día al final de esta aventura, como diría nuestro común amigo Carlos Pinto.