Suelen comenzar algunos artículos -o reportajes, o noticias- con la ajada expresión "Tal día como hoy...". En fin, como todo -incluso un texto dominical- ha de tener un inicio, no me queda más remedio que escribir tal día como hoy hace cincuenta años un mafioso, llamado Jack Leon Ruby, sintió que era el momento de vivir sus quince minutos no solo de fama sino también de patriotismo y le pegó un tiro a Lee Harvey Oswald; un infeliz del que nunca se ha sabido públicamente si era un comunista convencido o uno de los muchos agentes que la CIA logró infiltrar en la antigua Unión oviética y sus satélites. Debido a una de las curiosas características del calendario que usamos, en este año de 2013 el 22 y el 24 de noviembre, fecha del magnicidio sobre el que más se ha escrito desde que existen registros históricos en este planeta y del asesinato de su presunto autor, también caen en viernes y en domingo.

Poco queda que añadir al perpetuo debate sobre si Oswald actuó solo para matar a Kennedy, formaba parte de un complot o simplemente fue un chivo expiatorio. Después de leer miles de páginas con informes, contra informes, pruebas presumiblemente falsificadas -junto con otras que alguien hizo desaparecer de inmediato-, y también después de ver no menos de seis películas sobre el caso, amén de una decena larga de documentales, he llegado a la conclusión de que las tres teorías son factibles. Incluso dando por cierta la inverosímil trayectoria de la "bala mágica"; la única forma de explicar que Oswald pudiese acertar a un blanco en movimiento con un fusil italiano tan impreciso en cuanto a puntería, que los aficionados a las armas lo llamaban "humanitario" porque erraba el tiro un 70 por ciento de las veces.

No obstante, la teoría del homicida solitario es matemáticamente posible. Muy improbable, desde luego, pero no imposible. obre todo a la vista de nuevas pruebas que echan por tierra la grabación del famoso "cuarto disparo". Conclusión que no impide calificar de infame el informe final de la Comisión Warren; un simulacro de esclarecimiento encargado por el no menos infame Lindon Johnson. Al entonces vicepresidente -y como tal inmediato sucesor de Kennedy- lo sitúan algunas teorías en el centro de la supuesta conspiración.

Lo más probable es que Lee Oswald formase parte del posible complot, y que desde el primer momento tuviese asignado el papel de cabeza de turco. Esencialmente porque un policía encontró en el famoso almacén de libros de texto otro fusil: un Mauser de fabricación alemana, nada humanitario en cuanto a su precisión para volarle la cabeza a alguien a bastante más distancia de la que se encontraba el presidente cuando recibió los fatídicos segundo y tercer disparos. Arma, como es obvio, de la que nunca más se supo.

Lo malo es que la presunta veracidad de la conspiración no cierra el caso. Todo lo contrario. i hubo acuerdo en las altas esferas para acabar con el presidente, ¿cuál fue la razón? Es en este punto donde se dispara la imaginación de cada autor. Algunos han culpado a Fidel Castro como venganza por el desembarco en la Bahía de Cochinos. En realidad, el dictador cubano -hoy retirado- tuvo más que agradecerle que reprocharle a Kennedy por aquel hecho, pues si éste hubiese permitido la intervención de la aviación norteamericana, como estaba previsto en los planes elaborados antes de que él llegase a la Casa Blanca, Cuba hubiese dejado de ser comunista en ese momento. ¿La Mafia? Dicen que los jefes del hampa estaban cabreados con Kennedy porque los había traicionado. e habla de antiguas relaciones del padre del presidente con los capos de Chicago durante la ley seca, y de que fueron estos quienes financiaron la campaña de su hijo para llegar a la Casa Blanca. Gesto magnánimo al que tanto John como su hermano Robert, secretario de Justicia, correspondieron con una cacería implacable contra los miembros de la Cosa Nostra radicados en los Estados Unidos. De nuevo, posible pero rocambolesco. ¿Los anhelos de Johnson por alcanzar una presidencia que se le iba de las manos, debido a su edad, si Kennedy era reelegido? Es posible. ¿Es probable además de posible? Quizá en algún siglo venidero se sepa algo que a día de hoy solo conocen unos pocos, si es que realmente hay algo que saber.

"¿Qué importa que un pajarillo esté atado con un hilo o con una cuerda?", escribió an Juan de la Cruz. "Por fino que sea el hilo, el pajarillo permanecerá atado como si fuera una cuerda hasta que no lo rompa para volar". Una reflexión que viene al pelo del debate sobre el atentado de Dallas porque a la hora de pensar en sus consecuencias, igual da si a Kennedy lo mató un demente o cayó víctima de una conjura de bellacos. Lo esencial es que en una plaza de esa ciudad nació una leyenda demasiado gigantesca en comparación con el político en la que desde entonces se ha sustentado.

Una fábula, por no hablar de patraña, enraizada en la necesidad que tiene Norteamérica de fabricar héroes. El camelo de "Camelot", creado por Jacqueline una semana después del asesinato de su marido durante la entrevista con un periodista de Life, fue la tapa de una fosa séptica en la que ya no cabían los adulterios del presidente más mujeriego que han tenido los gringos. Quién iba a decir entonces que a Clinton lo machacarían mucho después solo por un par de polvos con una becaria. La propia Jacqueline, cansada de ir por la vida con más cornamenta que un caribú, ya se había dejado encandilar por Onassis, junto al que había pasado las semanas previas al atentado. i estaba aquel día en Dallas era por una súplica de su marido que, una vez más, la necesitaba como figura imprescindible en el icono de familia ejemplar. La imagen oportuna ante unas masas a las que intentaba convencer de su idoneidad para continuar en la presidencia. Al final, un cuento de hadas igual que todos: bonito pero embustero.

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