1.- Inevitablemente, Canarias camina hacia el changuismo, hacia la horterada más rotunda. Ha ganado el elemento barriada la batalla a la elegancia, con sus tonos lilas, sus chándals, sus camisas floreadas y sus alpargatas. Nos hemos quedado presos de una moda infame. De un cromatismo chillón e insoportable en el que priva lo acrílico sobre el algodón. En el que se impone el cerco violín debajo del sobaco, precisamente a causa, entre otras cosas, de la mala fibra utilizada en la confección de las prendas, que retiene y marca el sudor. Yo tengo culpables en la mente, pero no quiero acusar demasiado porque sé que no se quería llegar tan lejos. Antañazo, el canario vestía bien y éramos pobres pero aseados, ellas con sus conjuntos de orlón y ellos con sus polos Pero todo falló con la invasión siria en la moda, que quedó destrozada por mor de su baja calidad. Ahora cierran las tiendas buenas y perviven las malas, ofreciendo los retales que el mundo rechaza y que nos traen a Canarias disfrazados de marcas desconocidas que llevan nombres propios falsos. Por ejemplo, Alexis Malakian, ¿y quién coño es Alexis Malakian?

Yo me considero un observador sagaz del paisaje y del paisanaje y me encuentro ciertamente horrorizado. No nos falta tampoco la presencia de la camiseta de asillas, venezolana y horrorosa, ni la gorra, esa prenda que jamás se había utilizado en Canarias -sino el sombrero respetuoso del mago- y que ahora forma parte del común. Incluso he visto unas con largas viseras que anuncian la cerveza Polar. Las camisas de asillas deberían estar prohibidas por la ley. Huyo de los zapatos a 18 euros porque, a la segunda vez que se usan, apestan, dada la baja calidad del material. Las gordas de los altos se los calzan y enseguida les sale el dedo chico del pie hacia fuera, como los antiguos intermitentes rígidos de los "Peugeot".

He probado con no salir a la calle para no ver la oleada del mal vestir, pero me falta el aire y he de sacar la cabeza de mi casa. Y es tanta mi desazón que tenía que contársela a ustedes, a ver si la comparten o no. A la pinta patibularia del barbado mago moderno de las medianías se une ahora una juventud lila y maleducada, sin estudios, con coche tuneado y cinco euros de gasolina en el depósito, ociosa, en el paro y sin horizontes. Este es hoy nuestro atribulado pueblo, sin curiosidad por la moda, sin comprensión estética, cómplice absoluto de la baratada. Cada vez que paso por un escaparate me dan ganas de echarme a correr porque no hay nada más basto que las vidrieras de las tiendas de estas islas. ¡Dios mío, cómo hemos cambiado! ¡Si César Manrique levantara la cabeza!; él, que hacía de una camisa blanca una prenda elegante.

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