En protocolo se sugiere evitar ciertas conversaciones mundanas sobre sexo, religión, dinero, enfermedades y política, pero esto ha ido cambiando con el paso del tiempo, o con la degradación de los valores en la sociedad que compartimos y, a riesgo de que los compañeros de oficio disientan o que el lector piense que estoy apolillada, añadiré otros temas que uno no puede decir en la sociedad actual so pena de quedar como un raro o, peor aún, como un asocial o un desalmado. Ahora, no solo no se evitan los reseñados sino que quien más quien menos procura dar sobre el particular (sobre todo el sexo) opiniones a cual más rompedora e iconoclasta. La corrección apenas se hace notar en estos casos y, en cuanto alguien dice algo provocador o rocambolesco, de inmediato surge una voz sentenciosa que dice que todas las opiniones son respetables. Pues miren, yo niego la mayor. No todas las opiniones son respetables, algunas son torticeras e incluso fascistas, y no pocas simplemente una majadería. Lo que sí es respetable es el hecho de que cada uno pueda expresar la suya en libertad.

Utilizando esa libertad y sabiendo que mi opinión podrá ser calificada de estúpida o equivocada, retomo mi idea de señalar las cosas que uno no puede decir hoy en día, bajo ningún concepto, a riesgo de arruinar su reputación. Aquí va un ejemplo: sí en una conversación sobre animales alguien confiesa que no soporta los pájaros, de inmediato lo miran como si fuera un ave torva y malvada, casi un buitre. En cambio, si dice que le molestan los gatos, no solo no se sorprenden sino que enseguida surge alguien que añade que a él tampoco y que le dan muy mala onda, alergias... Me pregunto: ¿es mejor persona quien quiere a los pájaros que quien ama a los gatos?

Otro asunto sobre el que no puede haber dos opiniones es el ejercicio físico. Si a usted no le gusta pasar horas pulverizándose los meniscos, masacrándose los discos de la columna o estar cuatro horas diarias persiguiendo una pelotita de golf, no vaya comentándolo por ahí; el ejercicio es un tótem moderno ante el que todos se inclinan. Lo mismo ocurre con los cocineros estrella y la nueva cocina -aunque no te enteres de nada-, pues es fundamental poner cara de extasiarse ante una tortilla deconstruida y un helado de gofio al aroma de canela y briznas de avellana, so pena de quedar como un patán ignorante de la cosa.

Y es que sobre gustos no hay nada escrito, se ha dicho siempre, pero esta es una de las afirmaciones más repetidas y menos ciertas que existen. Cada época, cada sociedad, cada cultura tiene sus gustos y pobre del que se salga del guión, porque será expulsado del paraíso a las tinieblas, donde hace un frío que pela y se está más solo que la una.

Y otro asunto sobre el que tampoco se puede uno salir del guión son los niños. Parece que la gente de alrededor acabara de descubrir -o, mejor aún, de inventar- la maternidad, la paternidad y también, por cierto, el ser abuelos. Si no repite a cada rato que lo más importante en su vida son sus hijos -una obviedad-, si no babea con cada pequeño que se cruza por la calle y no chochea cuando éste hace un puchero, lo más probable es que su popularidad mengüe de forma considerable.

Nunca he entendido la frase de "me gustan los niños". Que yo sepa, ser niño no es sinónimo de encantador, hay algunos francamente insufribles. Son los que sus papás consienten y maleducan en la creencia de que son seres miríficos. Esta niñitis aguda que ahora vivimos impide enseñarles que no son el ombligo de mundo, lo cual sería bueno para ellos y también para el mundo, dicho sea de paso.