1.- No es normal, digo yo, trepar en coche hasta Taborno, en Anaga, y encontrarte un restaurante francés de muy pocas mesas, llamado "Historias para no dormir", regentado por un cocinero galo, , que vive en un barco surto en la bahía de Santa Cruz, como se decía antes, que abre sólo de jueves a domingo y que prepara manjares exquisitos con un menú a 15 euros. No es normal, porque la carne de buey que me comí se partía con el tenedor y los postres, todos caseros, incluso el suflé de chocolate, son ya no extraordinarios, sino eclesiásticos, como diría el sacerdote don Hipólito Jorge Dorta, ya fallecido. A le asisten dos guapísimas ayudantes de Las Carboneras, Dalila y Natalia, dulces, amables y simpáticas. Les podría dar el teléfono (del restaurante), pero no creo que a le haga mucha falta la propaganda y, además, lo bonito es la excursión. Cruz del Carmen, desvío hacia Las Carboneras, cruce de Taborno, recorren unos cientos de metros y ahí tienen el local, a la entrada del caserío. Hay vino francés.

2.- Me quedé gratamente sorprendido de los manjares (pato y cordero y cochinillo incluidos) que prepara en este restaurante de nombre tan poco común. Todo en un camino en el que los helechos se pegan a las paredes húmedas, la laurisilva forma umbrías interminables, la bruma aporta el punto fantasmagórico al recorrido y las varas de aceviño se mecen con el viento y componen una sinfonía que no mejoraría Pink Floyd. Yo no había estado nunca en Taborno y eso que vivo en la isla desde que nací (en ella). Imperdonable no haber transitado por este lugar donde vivían los guanches y retozaban mis gloriosos y desocupados antepasados, lejos de las invasiones de piratas y moros (bueno, no sé si los moros también llegaban tan lejos, desde luego a Lanzarote y Fuerteventura, sí).

3.- Volveré a Taborno, más pronto que tarde, para probar, de nuevo, los manjares de , que tiene cara de francés ilustrado en las artes culinarias y que lo demuestra de jueves a domingo en su pequeña cocina, ordenada y limpia. Cuando bajamos escuchábamos a Jacques Brel: "Ne me quitte pas", un poco como homenaje a y a las chicas guapas de su entorno. Taborno alzaba sus riscos al paso de los peregrinos gastronómicos que no nos lo creíamos del todo, sintiendo al codeso reír a nuestras espaldas, como despidiéndonos entre las primeras sombras del atardecer. En la cuneta, el mago había puesto una cadena a una conexión de agua para que no viniera otro mago y se la mamara. Era la nota hortera de todo el prodigio natural y gastronómico descrito... y destruida en parte la magia por la acción del muy fuerte animal.

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