"No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones es un buen gato". Así sentenciaba Deng Xiaopin (1904-1997), político reformista y destacado dirigente de la República Popular de China desde 1978 hasta principios de la década de los noventa del pasado siglo. Una frase en la que se inspiró la deriva del Gobierno Socialista de Felipe González, o lo que viene a ser lo mismo que aplicar la máxima de que el fin justifica los medios en el ejercicio del poder en las instituciones públicas del Estado, que se topó con los casos GAL, Flick y Filesa, que escandalizaron a la sociedad española y que marcaron el fin de toda una época, pero que, con la perspectiva del tiempo transcurrido y al socaire de la actualidad sobre los hechos que acaparan la atención mediática, vienen a señalar que nada nuevo hay bajo el sol cuando nos referimos a la condición humana pura y dura, independientemente del color de los ideales que supuestamente defiendan y que los que han tomado el relevo pudieran no ser mejores que quienes les han precedido en la forma cómo afrontan y resuelven los casos sujetos a investigación policial y judicial.

Esto en el mejor de los casos cuando no se socava o atenta contra la independencia del poder judicial, ya sea mediante la presión en la calle, ya sea por otros medios más sutiles o solapados que no viene a cuento citar ahora y que, posiblemente, esté en la mente de todos.

La picaresca no es privativa de quienes luchan por la supervivencia en un escenario de indigencia o pobreza sobrevenida, sino que está asentada en el dudoso comportamiento de quienes supuestamente dicen luchar por la justicia social y la igualdad, verbigracia, el caso de los ERE de Andalucía, que pone en el punto de mira también la gestión de dirigentes sindicales, a tenor de las imputaciones judiciales en curso en dicha comunidad, que curiosamente ha tenido mucha menos repercusión en los medios que el escándalo Bárcenas.

Tal vez sea excesivo afirmar que la corrupción va en nuestros genes, pero valga como descargo que también va intrínseco en nuestro carácter la voluntad para sobreponernos a ella y conducirnos con honradez y decencia como corresponde a los seres con espíritus impolutos y sin mácula.

Si las ratas, o "latas", como pronuncian los chinos ese término en castellano, se adueñan de los silos de trigo, difícilmente haya gato en la tierra que pueda acabar con esa plaga.