Los tiempos adelantan pero una no sabe si para mejor o peor. Les cuento. Antes te daban una cachetada por cualquier cosa, por contestar mal, por dejar tu habitación sin recoger, por mentir, por llegar más tarde de la hora prevista, por todo... hasta por salir con un novio que no gustara a tus padres. Hoy en día ni te atrevas a corregir a un hijo mediante contacto físico, so pena de acabar con una denuncia de tus propios vástagos -esos que se paren con dolor, que se cuidan y educan para que luego se pongan a tu costa el mundo por montera-. No se te ocurra tampoco expresarlo en familia y mucho menos en público, pues de inmediato los más dados a rasgarse las vestiduras, los habituales mesadores de cabellos, se ponen en pie de guerra: ¿Cómo es posible que creas que tu hijo es tuyo como para corregirle con una cachetada?

El asunto va más allá, hasta el punto que hay padres que ante un castigo por parte de un profesor que tiene el deber de perseguir su educación integral dicen aquello de: "A mi nene no lo toca nadie, hasta ahí podíamos llegar". Es decir que si alumnos y profesores realizan una actividad juntos, por ejemplo un viaje escolar, y simplemente sujetan por el brazo a un niño que se empeña en cruzar la calle cuando el semáforo está rojo, o encierran en su habitación -metafóricamente hablando- a un chaval que se empeña en ir de copas de madrugada el docente corre el riesgo de ser vapuleado, insultado y ninguneado por los progenitores de turno. Una grotesca situación.

Y no sería ésta la primera vez que, después de un hecho de estas características, un padre o una madre aparece por el centro a pedir explicaciones al profesor, y más de una vez han acabado en insultos cuando no en agresión física hacia el docente. Lo mismo pasa si un profesor retira un teléfono móvil con el que alguien está jugando en clase, a esto se le considera una agresión al menor, pero no escucho que alguien hable de respeto al profesor, de normas de convivencia, nada de nada. Si a esto unimos que los alumnos tampoco se cortan a la hora de empujar, vejar y por supuesto desobedecer a sus maestros no sorprende saber que estamos ante el colectivo de profesionales que cuenta más bajas por depresión. Eso por no hablar de la desmotivación y angustia de personas que, tras muchos años de estudios y un salario bastante reducido, ven que su autoridad -que no autoritarismo- no solo no es respetada por los alumnos sino que los primeros en cuestionarla son los padres.

¿En qué momento se perdió el respeto, en qué momento los docentes empezaron a verse no ya como aliados en la educación de los jóvenes sino como enemigos? La respuesta es fácil y está relacionada con la vieja ley del péndulo. Los padres que humillan a los profesores son los niños que sufrieron la estricta educación de antaño, en la que los cachetones y arrestos estaban a la orden del día, y ahora nos hemos ido al otro extremo.

Son los progres de esto de ser padres. Los que gustan llamarse amigos o colegas de sus hijos antes que padres y que aborrecen palabras como disciplina e incluso esfuerzo. Creen que supuestamente defendiendo a sus hijos frente a los profesores están haciendo méritos, ganando su confianza, sin darse cuenta de que lo que están es creando monstruos sociales. Niños que no maduran, que piensan que todo les es debido, con nula resistencia a las muchas frustraciones que les esperan en la vida porque piensan que papá siempre va estar ahí para solucionarlo todo. Y con todo, esto no es lo peor. Lo más lamentable es que estos niños encantadores tampoco respetan a sus padres, pues los niños no necesitan papás que sean amigos o colegas. Necesitan modelos, referentes, padres a los que admirar, maestros a los que emular.