1.- Recuerdo las veces que he sido mantenedor. La primera vez, en Guía de Isora. Hace tiempo, Pedro Martín, que es un gran alcalde, me dijo que la damita que yo llevaba de mi brazo en aquella ocasión era su hermana. Más tarde he predicado en otros púlpitos: en el mío propio (o sea, en el Puerto de la Cruz), dos veces; en Garachico, dos veces, una por San Roque, otra en la Fiesta de las Tradiciones; en Arafo, en Los Realejos (dos veces); en Guamasa; en Santa Úrsula; en La Esperanza, donde Macario Benítez me regaló una manta esperancera, con escudo, preciosa, que todavía me abriga en invierno. No sé si me olvido de alguna de esas actuaciones, cuyos textos conservo casi todos. Hay gente que pregona mejor que yo, como Juan del Castillo, que es un inmenso escritor lírico. A mí, aunque el lirismo me gusta, siempre me sale el golfo que llevo dentro y la cago. En Guamasa mandé a callar una vez a unos tipos medio borrachos que hablaban alto en el guachinche de la plaza, mientras yo disertaba sin que el público, en general, entendiera nada de lo que estaba diciendo. Lo bueno de los mantenedores es precisamente eso, que no se entiende lo que dicen. Y eso les concede un cierto de grado de admiración por parte del populacho.

2.- Yo admiré a los viejos mantenedores de mi infancia y juventud. Al inconmensurable Almadi, que tenía una prosa muy bonita. Al maestro Álvarez Cruz -que le dijo a Tinerfe: "No me llame usted maestro, Secundino"-. A Antonio Ruiz Álvarez, que como había vivido en Francia era un hombre muy fino, a pesar de ser oriundo del Puerto de la Cruz. Y, ya de fuera, a César González-Ruano, al poeta Luis Rosales, etcétera. Nunca se ha ponderado bien la labor literaria que hizo el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias, fundado por Isidoro Luz. Ni tampoco la aportación cultural de Isidoro al Puerto de la Cruz, que siempre fue un pueblo con inquietudes, a pesar de sus carencias y de su olor a pescado.

3.- Yo soy un mal mantenedor, porque no soy profesional de eso. Quiero decir, que lo hago a disgusto, aunque procuro hacerlo bien. Los periodistas de trinchera, o los directores de medios, están para otra cosa que para escribir palabras que suenen bien y hacer lírica con la historia o tomar un trozo de ella para practicar el encaje de bolillos. Estamos para disparar. Y eso es tal y como lo cuento, no vayan ustedes a creer otra cosa.

achaves@radioranilla.com