Siendo estrictamente honrado y veraz, mi conocimiento de las familias inglesas proviene principalmente de los saberes de mi primero novia y luego mujer desde ni me acuerdo cuándo, excepto si acaso los Golding (en realidad, las Goldin, pero ya saben ustedes . . .), cuyo primer contacto fue allá por los finales 20 y primeros 30 en el Camino de San Diego, de La Laguna, a donde íbamos a veces a veranear y donde ellos tenían un espléndido chalet con un gran jardín, o al menos a mí me lo parecía. En cambio, las familias alemanas conocidas fueron en aquellos primeros tiempos de mi vida muy numerosas como alumno que fui del Colegio Alemán de arriba, en la calle Numancia, donde vivía Juanito Fernández del Castillo (casa de la que mi mujer vió como en abril del 31 unos individuos tiraban la casa por la ventana, entre otras cosas, un piano), que por aquellos entonces, al cruzar la rambla 25 de Julio, la calle seguía como la Subida a Pino de Oro, que con el tiempo, y una vez que se cargaron aquel tan especial y querido hotel, se transformó en Prolongación 25 de Julio y ser ahora solo el final de la famosa y tan especial 25 de Julio que en sus dos tramos iniciales conserva muchos edificios de los de antes a los que no ha llegado aún la codicia urbana y a uno le recuerdan sus años juveniles.

Pero parte de las familias inglesas tenían además una relación vecinal tanto en relación con mi futura mujer como entre sí, como era la calle Enrique Wolfson, que no puede ser tampoco más inglés, y donde vivían las familias Hamilton en la acera de los impares, e inmediata a la calle Numancia, y en la de los pares y mediada la calle los Keating, aunque en la desembocadura de la calle Numancia en Enrique Wolfson tenía su domicilio conyugal otra muy querida familia inglesa, la de Dolly Thomas, casada en segundas nupcias con don Manuel Bethencourt del Río, conocido médico que lo era de mi casa y donde recuerdo verle llegar en su coche, lo que para nosotros era un verdadero acontecimiento, no por la llegada del médico, que también, sino porque venía en coche, entonces un verdadero lujo, y me parece verle subir por la escalera de casa a los dormitorios del piso superior mientras se quitaba pausadamente los guantes de conducir y hablaba con mi madre del caso que motivaba la visita. La llegada del 18 de julio le cogió a don Manuel (que había sido uno de los fundadores del Partido Socialista en Tenerife) como presidente accidental del Cabildo Insular, por estar el presidente de viaje en la Península, lo que le cambió totalmente la vida, logrando salvarla de forma casi milagrosa y gracias también a la acción directa de don Jacobo Ahlers, según he tenido ocasión de saber luego, ya que mi mujer, que fue campeona de tenis de Canarias, aprendió cuando supo de ese deporte gracias a la cancha y club que don Manuel tenía en su casa y en la que presencié ya de novio numerosos partidos.

Los Keating fueron también amigos míos, como socios que ambas familias éramos del Club Náutico, aunque mi afición tenística fue siempre nula, no así en el caso de los Keating, donde Ricardo era uno de los firmes jugadores de entonces. También conocí a sus tres hermanas: Carmen, Mercedes y Elena, aunque no al segundo varón, Juan Francisco, de quien recuerdo que me contaban que estaba trabajando en Londres y a quien sus amigos de la Rambla, para gastarle bromas, llamaban, dado su carácter de ciudadano inglés, como Mr. J.F.K. Zamorano, el apellido de su madre, de honda raigambre chicharrera. Con las niñas Keating, al menos con las mayores Carmen y Mercedes, se produjo un fenómeno que luego fue general en la sociedad española, que fue el acceso de la mujer al trabajo. Mis tres hermanas, por ejemplo, trabajaron siempre, hasta que se jubilaron. La amistad fue especialmente particular con Mercedes y recuerdo cuando, yo de vacaciones y estudiante, venía por Santa Cruz y nos dirigíamos en pandilla al Club Náutico, pandilla que formábamos los varones con Mary Hamilton, Mercedes Keating, Lolita Gorostiza, Mercedes Guimerá, por ejemplo.

Especialmente dolorosa fue la noticia que un mal día nos llegó a Madrid de que nuestra muy querida amiga Mercedes Keating había fallecido inesperadamente en Londres, donde creo se encontraba de visita turística, y donde hubo de ser inesperadamente intervenida quirúrgicamente de algo no esencial, pero con la mala fortuna de fallecer durante ella. Algo inesperada y sumamente triste. Por el contrario, el contacto con Elena fue más constante y continuo, ya que terminó casándose con un marino de guerra y se fueron a vivir a Madrid, donde mi mujer la visitaba de vez en cuando, entre otros fines para felicitarla por su acceso a un título nobiliario que su cuñado había heredado del padre y que, al fallecer sin descendencia, pasó a su marido.

La amistad con Ricardo y Lolita fue especialmente intensa pues, aparte de la amistad de mi novia con los Keating, Lolita Gorostiza fue, junto con sus hermanos, mis amigos de primera juventud cuando ellos vivían en Jesús y María esquina con Viera y Clavijo, en la inmediata proximidad de los Sobrón, las hermanas Ramírez, los hermanos Gabarda, los Ordóñez, los Zerolo. . . medio Santa Cruz.