Cada cual comienza el llamado curso político como más le conviene. El Sindicato Andaluz de Trabajadores -el famoso SAT del alcalde Gordillo-lo inició el viernes con el asalto a un supermercado de Sevilla para robar -ese, y no otro, es el verbo adecuado- material escolar valorado en dos millones de euros. onfieso que pasé vergüenza ajena cuando vi en televisión las imágenes de esta banda de golfos corriendo con los carritos llenos y vaciándolos luego, "deprisa, deprisa", en una furgoneta para entregarlos a una ONG, según ellos. ¿Se quedó por el camino algo en la casa de alguno de estos Robines del bosque? Lo pregunto, no lo afirmo. Si lo afirmase podría meterme en un lío porque, en este país garantista, si el personal de seguridad de un supermercado intenta impedir un delito, el problema ante el juez lo tienen los vigilantes y no los delincuentes. No por culpa de los jueces, sino de las leyes que como tales han de aplicar. Eso sí, fuentes del Ministerio del Interior han anunciado que se actuará con firmeza y que se procederá "a identificar, detener y poner a disposición judicial a los asaltantes". Seguro que esa noche no durmieron del miedo que les entró. ¿Por qué no van a Marinaleda y detienen a Sánchez Gordillo en la propia alcaldía, lo engrilletan y lo llevan ante la justicia para que responda de todos los delitos que ha cometido el SAT? Entiéndase presuntos delitos; sin esta acotación, corro el riesgo de ser yo al que entalegan. Señores del Ministerio, váyanse ustedes a tomar por aquello. O al menos quédense calladitos; no para estar más guapos, sino para no hacer el ridículo.

Garantistas, sí, pero para quienes no cumplen la ley. Lo he dicho y lo repito. Una chica tinerfeña estuvo en Alemania durante varios meses hace ocho años. Para sus desplazamientos se compró una bicicleta de segunda mano. La dueña de la casa en la que vivía le dijo que podía dejarla en el aparcamiento. La chicharrera le preguntó dónde podía comprar una cadena para que no se la robaran. "No hace falta; nadie se la va a llevar", le dijo. La dejó en el aparcamiento segura de que al día siguiente no la encontraría. Pero la encontró. Y al otro, y al otro, y todos los días de todos los meses que estuvo entre los teutones. Y allí la dejó cuando regresó a Tenerife porque no le merecía la pena perder tiempo en venderla. Volvió a Alemania hace poco a pasar unos días con aquella familia. ¡La bicicleta seguía en el aparcamiento! En ocho años nadie la había tocado.

"La conciencia fiscal empieza por el miedo fiscal", manifestó en su día Felipe González. La decencia ciudadana empieza por el miedo a la ley, cabe decir respecto al caso que nos ocupa. Y como en Alemania -y en cualquier país que pretenda ser decente- robar una bicicleta acarrea peores consecuencias que robar un coche en España, solo se apropian de vehículos ajenos los ladrones organizados; siempre que el objeto merezca la pena, naturalmente. Y, por supuesto, nadie asalta un supermercado y se va de rositas.

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