Me gustaría salir un día a la calle, entrar en un supermercado, bajar a una playa, frecuentar un aeropuerto, sentarme en un restaurante, ir al médico o simplemente pasear y... hacer esta pregunta en voz alta, sin acritud, buscando la más sencilla de las respuestas que pudiera justificar el por qué la gente, en general, lleva las etiquetas de composición de las prendas de ropa a la vista, o las de la marca, como si fueran personas anuncio.

Muchas de ellas están descoloridas, sobre todo las que sobresalen por la braga de los bikinis, trajes de baño, bermudas, toallas de playa, etc., producto de los lavados, la exposición al sol y demás factores veraniegos. Si usamos la talla 36 y lo sabemos, y si todas las prendas de baño se lavan igual, ¿a qué andar con ese trozo de tela blanca colgando, como si de percheros andantes se tratara?

Y no digamos nada de las etiquetas electrónicas, esas que forman un bulto debajo de los jerséis o de las socorridas camisetas, y que más parecen un acceso de grasa que pide a gritos un bisturí que un código de barras. Cabe preguntar dónde ha quedado el discreto encanto de la elegancia en el vestir y en las formas. Dónde esas camisas de caballero, lisas, de manga baja, con las iniciales bordadas a mano de manera tenue, casi imperceptible. Dónde esa etiqueta identificativa con letra inglesa que se colocaba en los uniformes de los niños para su fácil identificación. En los buenos tiempos, los talleres de costura, unían en el vuelto o en el interior de la chaqueta la identificación del mismo, pero hoy te ves a los nuevos ricos pasearse con la etiqueta de la marca cosida en la manga de la chaqueta, y es que el que nace cabezón no sirve para llevar sombrero.

A la gente, en general, parece no importarle este tipo de cosas, y van etiquetadas como si fueran maletas viajando, para no perderse. Es tan simple como tener sentido del ridículo y cortar ese trocito de tela siamesa que permanece unida al objeto del deseo.

Los ideales de libertad se pierden con esta falta de clase y buen gusto. Los jóvenes pagan una fortuna por una camiseta que lleva el nombre de una firma de alta costura y se engañan, pues el adquirir marca debe ser sinónimo de diseño y calidad, pero el hacer publicidad gratuita es una actitud borreguil, de manada; es la moda, venga de donde venga, pues poco importa que ya no se fabrique en los talleres de origen de los modistos o diseñadores, todos van de protectores del Tercer Mundo y luego devoran los productos en serie que se confeccionan en las partes más deprimidas del planeta, merced a la mano de obra barata.

Hasta el vómito se puede llegar escuchando a esas beldades que, haciendo un esfuerzo con su masa gris, cuando se pasean contoneándose, haciendo un movimiento con la cabeza, que más parece que están sufriendo algún tipo de convulsión, para lograr que el pelo vaya de derecha a izquierda, y al tiempo aletean sus manos con lo que yo llamo el "o sea", un estilo común que se ajusta en la franja de edad de los quince a los veinticinco. Son las que cuentan que su papá le regalo por el cumple un reloj de Tous, su mamá una pulsera del mismo, su hermana un anillo ídem, la abuela el bolso de la última temporada, y "jo" ahora soy Tous, tous... que nada tiene que ver con el Totus tuus, lema del Papa Juan Pablo II.

Lo dicho, para no resultar vulgares hay que retirar las etiquetas de las prendas de vestir, del calzado, de los floreros... y tienen plena libertad para seguir adoptando una actitud de manada y seguir comprando marcas, pero no se extrañen si alardean de llevar lo último de Quintín Pérez y el resto de los mortales ponemos cara de asombro, pues ya hay tantos nombres en el Olimpo que retener a tantos dioses se hace casi imposible. Con lo fácil que era ir al sastre de toda la vida...

*Titulada superior en Relaciones Institucionales y Protocolo