Que todos envejecemos es una realidad y que nos enfermamos también, pero hay personas que somos más sensibles y pillamos todo lo que pasa indocumentado por nuestro lado o, lo que es lo mismo, tenemos las defensas bajas -algo así como las trincheras descuidadas en una guerra-, así que enfermedad que se pierde en busca de paciente, bala que hace diana en este maltrecho enemigo.

La enfermedad por excelencia es la obsesión de estar enfermo. Cuanto más pensamos en la salud, más males nos acechan y más padecemos, pues pese que la medicina avanza que da gusto el catálogo de enfermedades se amplía de tal manera que patologías que se creían erradicadas del planeta vuelven a la carga y otras se descubren vestidas de mutaciones, variaciones, combinaciones o permutaciones. Algunas son nuevas y están relacionadas con los hábitos alimentarios -pues pesticidas, abonos, aguas, etc. han dado lugar a modificaciones en los ecosistemas y a dotar a lo que ingerimos de factores de riesgo-; otras vienen arrastradas desde el principio de los tiempos. Tampoco faltan las imaginarias: a veces el dolor no está ligado a ninguna enfermedad descrita, pero eso no elimina el sufrimiento, sintiendo que nadie te entiende y te enfermas más. Porque la enfermedad y la salud, cuestiones semánticas aparte, son una misma cosa.

A todo esto, me gustaría saber cuántos minutos al día dedicamos la gente mayor (y cuando digo mayor me refiero a pasar de los 40) al tema de la enfermedad, pues ahora abundan los chequeos, la llamada medicina preventiva, que, con todo lo bueno que tiene, también tiene una cosa malísima: aviva la conciencia del dolor y adelanta el miedo a la muerte.

El sueño de la inmortalidad forma parte de la utopía moderna, de ahí que la sociedad lance continuamente mensajes en esa dirección: hay que cuidarse. Baste con echar un vistazo a la televisión, donde los anuncios nos dicen que vigilemos el colesterol, no fumemos, no bebamos, no conduzcamos de manera temeraria, prevengamos la osteoporosis, compremos yogures bionosequé para regular el tránsito intestinal...; hay que darle cápsulas revitalizantes a los niños, cuidarnos la piel con cremas hidratantes, utilizar este pegamento para la dentadura postiza, etcétera.

La enfermedad ocupa buena parte de las conversaciones de calle, y en esto es el cáncer el que se lleva la palma. Hay personas tan siniestras que sólo se reafirman hablando de esta dolencia, dando detalles, pues parece que cuantas más desgracias han padecido más importantes se sienten. Si tienes un acceso de tos en su presencia, ellas afirman que padecen un enfisema pulmonar, y si tenemos problemas de circulación sanguínea, ellas están esperando por un trasplante de corazón. Se aprenden los diagnósticos del médico escrupulosamente, están atentas a los programas divulgativos en cuestiones de salud y hablan de unos y otros para impresionar a la clientela. Sinceramente, les tengo pánico, pues una que hace sus propias elucubraciones cuando pasa por un hospital, tiene sus miedos y prefiere vivir ajeno al concepto de enfermedad. Por eso, cuando en el entorno tenemos a esa persona que cuando le dices que de momento no padeces cáncer, que tienes los niveles de colesterol y de glucemia en su sitio, que el corazón te funciona como un reloj, que no fumas ni bebes, que vas al baño bien y que te proteges del sol, en resumen que para la edad está uno muy bien, repito, cuando tenemos a ese hipocondriaco cerca, podemos esperar que nos señale la uña del dedo gordo del pie para decirnos: "Yo que tú me la miraría, parece que tiene tendencia a enterrarse y de eso mejor no te hablo, que lo mismo me pasa a mí y ya me arrancaron las dos por ese motivo".

Pregunta: ¿le ahogo directamente o espero a que muera de enfermedad?