Desde muy pequeña he compartido mis juegos con los perros de la familia y, pese a la cita de "pueden morder la mano que les da de comer", jamás he sido atacada por ninguno de ellos, con la excepción de un cachorro de cazador que corría tras mis piernas esqueléticas para morder mi falda. Los mayores no lo entendieron y acabó abatido por un tiro certero que le dio Pedro de la Paz. Tuvimos pastor alemán, gran danés, presa canario, teckel, pastor garafiano... mil razas, y todos recibieron mimos de los cuatro hermanos que les consentíamos tanto y les acariciábamos lo indecible -para desesperación de mi padre, que alegaba que así perdían su ferocidad-. Conclusión: los perros saben de lealtad y amor más que muchos humanos.

En el principio de la era moderna se decía: detrás de un gran hombre hay una gran mujer. La gran mujer era la esposa sacrificada que renunciaba silenciosamente a sí misma para convertirse en la fuerza impulsora del marido. Dando un paseo por la historia encontramos biografías de mujeres cuya existencia ha estado subordinada a la de sus parejas: hombres ególatras que exigían sometimiento continuo -que se consideraban sus propietarios- y hombres calzonazos que necesitaban siempre del empujón y del aplauso. En la literatura se muestran pocos modelos de esposas. Las esclavas al servicio de los caprichos de sus amos; las madres amantísimas que por sus hijos soportaban toda clase de vejaciones; las putas vocacionales que, junto con las adúlteras, merecían los peores castigos; las chachas a secas y otras, muy pocas con capacidad para decidir y que contra viento y marea llegaron a ser heroínas en una contienda, accedieron a la universidad o aportaron su bravura en un hemiciclo. También se encuentran las espías, envenenadoras, asesinas... En nuestros días, aquellas que no se ajustan a ninguno de estos clichés han sobrevivido para estampar en la historia una frase bien distinta: detrás de una gran mujer hay un divorcio. Muchos hombres siguen sin soportar que la mujer les supere en intelecto, en capacidad de resolución, en entrega...

Hoy en día, en la política, la prioridad de algunas féminas es promocionar al marido, y una vez satisfecha esa misión, lanzarse ellas. Piden paso y la aquiescencia para buscar su dosis de estrellato. El inicio del camino es obtener su licenciatura en canapés, es decir, acompañar al marido, sonreí, saludar y supervisar algunos actos, algo que les da siempre un papel segundón que no todas llevan bien. Suelen ser señoras listas, con una intuición y un carisma superior al de sus hombres, aunque traten de disimularlo para no levantar sospechas. Ejemplos -salvando las distancias- son los de Hillary Clinton y Ana Botella, o el de la actual presidenta argentina, Cristina Fernández, esposa del fallecido presidente Néstor Kirchner, una abogada de origen muy pobre que dicen las malas lenguas jamás ganó un juicio. Sin embargo es poseedora de una incalculable fortuna.

Además de esposa fue una activa senadora y luego se postuló para presidir la nación. Su figura hoy en día es patética y, la verdad, desconozco si su talento es proporcional al del difunto, si le supera, o si, por el contrario, es una víctima del síndrome Evita Perón. Puede que las tres cosas. Es un personaje que da para mucho, puede analizarse en plan entomóloga, sobre todo después de esa imagen de viuda desconsolada desmadejada sobre un ataúd, dejando bien claro que se encontraba en trance, que se había dejado poseer por el fantasma de Evita, algo que no solo imprime carácter sino vanidad.

En cualquier caso, lo de patética se lo ha ganado a pulso. Una de sus últimas aportaciones a la historia del protocolo y de la correspondencia epistolar la acredita esa carta dirigida al Papa Francisco, que además de ser cabeza visible de la Iglesia Católica es jefe del Estado Vaticano, y que ha dado la vuelta al mundo. La misiva no tiene desperdicio, desde el encabezado a la despedida, esta con "un tome mate" y un "ya Vd. me entiende" -comprometedor-, máxime cuando se sabe de las malas relaciones que había entre ambos en tiempos pretéritos, motivadas por las denuncias del Papa sobre las injusticias sociales y el enriquecimiento rápido de los miembros del gobierno.