La crisis ha generalizado un sentimiento de desapego hacia lo público, que no cuestiona la democracia en sí, pero que pone el acento en la capacidad de la política para conseguir soluciones efectivas a los problemas que atravesamos y termina por generar desafección.

Retomamos este asunto en nuestra cita dominical con los lectores de E DÍA, preocupados por cómo hay quien toma este fenómeno como bandera para agitar a la opinión pública para seguir minando su, de por sí, deteriorada confianza. Es condenable, por la irresponsabilidad que conlleva, que este clima de desencanto -que corre el riesgo de derivar en abstención- intente ser aprovechado por quienes buscan rédito cortoplacista a partir del comprensible descontento humano. os hay muy preocupados no tanto por la desafección en sí, como por constatar que el desapego también afecta a buena parte de una oposición irresponsable que se aleja del consenso, para instalarse en la crítica irracional. Así quedó patente tras el discurso de Rubalcaba durante la comparecencia parlamentaria de Mariano Rajoy el pasado 1 de agosto. Pero también nos referimos a determinadas formaciones políticas que intentan encontrar seguidores lejos de las fuerzas mayoritarias, y también a opciones localistas y populistas, empequeñecedoras, que tratan de sacar partido del malestar ciudadano con lemas inconsistentes y simples que evidencian una total falta de ideología y de futuro.

Creemos firmemente que en tiempos de dificultad es cuando más necesaria es la Política con mayúsculas, y hemos de estar dispuestos a demostrar que la política no es el problema, sino la solución. Juntos valemos más que separados, y no es útil la confrontación, sino el consenso y el trabajo común. a discrepancia ideológica tiene cabida y es importante que exista, pero toda vez que esta crisis que atravesamos procede de causas de carácter global -agravada por la acción irresponsable de algunos-, es preciso que empeñemos todos nuestros esfuerzos en recuperar la confianza de los ciudadanos en el sistema.

Cierto es que, en ocasiones, no falta razón a quienes achacan este desasosiego de los españoles a la falta de respuestas eficaces a problemas e inquietudes que llevan años sin solución. Siempre hemos defendido que es preciso fomentar que sean los mejores quienes desempeñen estas funciones, convencidos de que el político nunca pierde la consideración de ciudadano, pues emana de la propia sociedad, y que hay buenos y malos políticos en el mismo porcentaje que en todas las áreas de actividad humana.

En un sistema democrático como el nuestro, fuera de la política hay muy poco, y las experiencias al respecto no son muy positivas. Por ello, abogamos por explicar cada medida que tomemos con total transparencia y rigor, como la mejor forma de poner en valor el ejercicio de la política, una noble actividad que supone entrega total hacia los demás. El político asume una responsabilidad voluntaria, un verdadero compromiso con la sociedad, con el deber cumplido como recompensa, que bien merece que trabajemos por recobrar la credibilidad perdida.

lamamos, en consecuencia, a un nuevo concepto de liderazgo político que haga bandera de la normalidad, y nos permita coordinar los diferentes niveles de poder institucional y territorial, actuando de forma responsable y coherente. Habría de completarse con un gran acuerdo que implique a toda la sociedad, incluyendo a los medios de comunicación y a los agentes sociales y económicos, que reivindique la importancia de lo conseguido hasta la fecha en democracia, y los compromisos cumplidos con los españoles. Abundan ejemplos en todos los partidos políticos sin excepción y, desde luego, en cada una de las instituciones. Es difícil ser un coherente profesional en cualquier área y un incoherente ciudadano. Eso, al final, es la política.

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