Hay una autopista que une Niza (Francia) con Génova (Italia) siguiendo el contorno de la costa. En realidad esta vía comienza mucho antes de llegar a Niza y concluye muchísimo más allá de Génova, con sus respectivas bifurcaciones; la que sigue hasta Milán también es interesante en sus primeros kilómetros porque se circula, o bien sobre un viaducto de considerable altura, o bajo tierra a través de un túnel. Enormes puentes que cruzan valles seguidos de largos agujeros que atraviesan la montaña. A la salida de cada túnel comienza un viaducto y al final de cada viaducto empieza el siguiente túnel. Así durante decenas de kilómetros. Las vistas hacia la costa son impresionantes.

e perdido la cuenta de las veces que he pasado por esa vía, bien yendo de Italia a Francia o al revés. Las dos últimas han sido en moto. El año pasado se me pusieron los pelos de punta corriendo a más de 140 por hora entre caravanas de camiones de 20 o 30 toneladas, a los que cuesta adelantar porque no van precisamente despacio. La velocidad está limitada a 130 en el tramo francés y a no recuerdo cuánto en el italiano, aunque esos guarismos solo son una referencia esencialmente, la verdad sea dicha, porque tampoco hay gendarmes o carabineros controlando cómo va cada cual. Existen indicaciones que avisan de la presencia de radares, pero es una autopista de peaje y cuando uno paga por circular hay bastante manga ancha; en Italia, en Francia y en donde sea.

El año pasado, como digo, se me pusieron los pelos de punta. Poca cosa con lo que experimenté hace unos días: los mismos camiones a la misma velocidad, los mismos conductores suicidas, las mismas curvas y, por si fuera poco, un viento de los que levantan los pies del suelo. Para que no faltase ningún ingrediente, al tomar la desviación hacia Milán descargó una tormenta que anegó la calzada con dos centímetros de agua en un par de minutos. Pensé que el diluvio, iluminado por un rayo o un relámpago cada cinco segundos -no exagero- iba a tranquilizar un poco a los conductores. Vana esperanza porque todo seguía igual que antes: idéntica velocidad, idénticos camioneros emulando a Fernando Alonso y los mismos italianos convertidos en individuos agresivos apenas se sientan detrás de un volante. Lo único diferente es que ahora los coches y los camiones levantaban al pasar abanicos de agua de más de tres metros de altura.

Una y mil veces he jurado que no volvería a Italia jamás después de haber conducido por alguna carretera o por alguna ciudad -sobre todo por las calles- de este país. Un auténtico perjurio por mi parte, porque siempre he regresado. El día de la autopista de Génova llegué a Brescia maldiciendo en arameo a los transalpinos. Al menos me reconfortaba la idea de que al día siguiente abandonaría el país camino de Eslovenia para no regresar en mi vida. Lo malo, o lo bueno -depende de cómo se mire-, es que al entrar en el hotel me atendió un italiano que no podía ser más amable sencillamente porque es imposible serlo. Cinco minutos de conversación con aquel hombre me hicieron cambiar de idea hasta el punto de quedarme otro día en esa ciudad. Una localidad, dicho sea ya que estamos, a la que había acudido con cierta curiosidad (tengo un amigo de Brescia que vive en Tenerife desde hace un montón de años) pero nada más; a lo sumo una noche, y al día siguiente carretera y moto.

Durante unos días he estado pensando en lo que pueden conseguir las buenas maneras, la excelente profesionalidad o la correcta educación -denomínenlo ustedes como quieran- del empleado de un hotel. De momento, más consumo en Brescia por mi parte. Posiblemente ese hombre es consciente de que su empleo depende muchísimo de que haya bastantes habitaciones ocupadas en su establecimiento. ¿Somos también conscientes de esto en Canarias y en toda España? Les dejo la respuesta como tarea para casa.

Culpamos de la crisis a los políticos, a los banqueros y hasta a los empresarios, pese a que ellos también son sus víctimas. En España se sigue mirando al empresario como un explotador; como alguien que tiene mucho dinero pero paga sueldos exiguos porque es un avaro. La realidad -y no hay mayor imperio que el de la realidad, según dijo alguien en su momento- es que los empresarios arriesgan su dinero para ganar más dinero. Lo contrario carece de sentido. El futuro de una empresa y, consecuentemente, la continuidad de unos puestos de trabajo, están condicionados a su rentabilidad. El recepcionista del hotel de Brescia pudo haberme despachado con una fría cortesía -un trato profesionalmente correcto del que nunca podría quejarme- y pensar en lo que iba a hacer con su novia esa misma noche cuando concluyese su jornada laboral. No obstante, fue un paso más allá de su deber. Algo que tampoco le suponía ningún sacrificio en comparación con los enormes beneficios que eso le iba a reportar a la larga. Me cuesta pensar que uno de nuestros belillos al uso -uno de cholas, bermudas y sin camisa- sea capaz de entender esto. Acaso por ello sea una especie en vías de extinción. Lástima que no termine de extinguirse. No por la desaparición de sus especímenes, que tampoco es eso, sino por su reciclaje.

Viendo durante estos días no solo ciudades bonitas del norte de Italia sino también las impolutas calles de Liubliana, la capital de Eslovenia, en comparación con las mugrientas aceras de casi todas nuestras localidades costeras, no dejo de preguntarme por qué van a España más de cuarenta millones de turistas cada año, de los que alrededor de doce recalan en Canarias. Por el clima, claro; pero en verano toda Europa está inundada de días de sol.

La cuestión final es si podemos competir en profesionalidad. No únicamente en el sector de servicios, sino en cualquiera. A las pocas horas del accidente ferroviario de Galicia paré en una gasolinera del norte de Tenerife y le pedí a un empleado que me llenara el depósito con súper. A media tarea del individuo noté que el precio estaba siendo muy barato. El tipo estaba poniendo normal. "Usted me dijo de 95, don", fue su respuesta cuando le pregunté si había entendido lo que le había indicado, o si prefería que se lo repitiese en inglés. Detalles no tan baladíes porque son, en definitiva, los que nos separan abismalmente de los países competitivos.

rpeyt@yahoo.es